martes, 27 de noviembre de 2012

orientacion filosofica de jaime torres bodet

JAIME TORRES BODET: TIEMPO Y FIGURA.

Adentrarse en la lectura de Jaime Torres Bodet, es adentrarse en su vida y, sobre todo, en un mundo sin pararelo de emociones llevadas de la mano por la inteligencia al esplendor de un nuevo día: su elegancia para cerrar con la más sobria precisión un soneto; la facilidad con que parece erguir “sobre sillares permanentes” los tercetos magistrales de Trébol de cuatro hojas (1958); su habilidad rítmica y, sobre todo, el eco de los cauces de su conciencia meditabunda donde hallan profundidad de oceáno los enigmas del ser y del estar. Todo esto, hace de él no solamente un poeta, sino uno de los grandes; pues, aunque Gabriel Zaid permita entrever un dejo de reproche hacia sus discursos edificantes y morales, y hasta el propio Neruda proyecte su nefasto resentimiento político contra él, tildándolo de “pobre poeta” en alguna parte del Canto General, ninguna de estas críticas le resta presencia a una obra de meritoria calidad y ratificado liricismo trascendental, como es la de un escritor que a la vez humanista, intelectual y docente, también decidió volcar su encomiable lucidez al servicio de la nación, siendo uno de los funcionarios públicos más ilustres que haya tenido México. En su desempeño como Secretario de Educación Pública pocos se le comparan; tuvo una actuación díficilmente olvidable: no solamente le debemos la invención de los libros de Texto Gratuitos que la SEP reparte en las primarias públicas a lo largo del país; por otro lado se halla, a la par, la campaña que emprendió contra el analfabetismo en el año de 1944. Cifras publicadas indican que en tan sólo dos años consiguió que un millón doscientos mil mexicanos aprendieran a leer y a escribir. Esta determinación que tanto lo caracterizaba para llevar a cabo lo que se proponía, sólo es equiparable, como educador que fue, a la de Bassols y a la de Saénz, y como diplomático, a la actuación de Alfonso Reyes (Zedillo y Castañeda sólo merecen una mirada indulgente: el primero, en la Secretaria de Educación, no hizo nada digno de mencionarse; y sobre el segundo, mejor que yo, Carballo expresó tiempo atrás: “Torres Bodet realizó como canciller lo que Castañeda no ha hecho en dos años: resolver magistralmente y sin que se note las relaciones internacionales de México”). De este modo, declarando “la fe que puse en el fervor humano/ y en la eficacia del esfuerzo puro”, aunque no excento de un matiz pesimista, llegó al mediodía de su carrera al convertirse en el único mexicano en ser nombrado Director General de la UNESCO (1948-1952).

Iniciado en la literatura con la publicación de Fervor (1918), su primer libro, cuando apenas contaba con deiciséis años de edad, haría de ella una de las más destacadas vocaciones en la historia de las letras mexicanas del siglo XX, al lado de los Contemporáneos; renovando las fronteras del lenguaje de la poesía, anteponiendo el rigor programático en el quehacer del escritor e iniciando la crítica de las artes: pintura, cine y teatro. Traduciendo libros o implementando revistas, a él le tocó vivir, ser parte de una transición cultural del país: el momento en que México se pone “en circulación con lo universal” –a pesar de uno que otro estólido demagogo aferrado a la idea equívoca del nacionalismo-. Luego de esa primera tentativa redactada dentro de una estética aceptable para la época -nada más hay que recordar la cita que hace de Mallarmé en las primeras páginas del libro- vinieron otras en las que la atmósfera poética dudaba aún entre demorarse en esas mismas trincheras rubendariacas de los modernistas y en los vericuetos del simbolismo verleniano –lo cual es decir casi una tautología: el modernismo imperante fue una adaptación de éste último movimiento, así como del parnasianismo fránces a la lengua castellana, rejuveneciéndola de los lastres romanticistas- o aspirar a una retórica más personal. A lo largo de esas muchas y muy variadas páginas que escribió durante los veintes, encontramos versos de una tonalidad que emprende vuelo con avidez magnánima (No nos diremos nada. Cerraremos las puertas./ Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío/ y besaré, en el hueco de tus manos abiertas/ la dulzura del mundo que se va, como un río…”); pero, a media altura, se detiene: vuelve a descender para arroparse en el nido de una predilección de gusto ya vetusta (“¡Oh, qué sueño el de mi frente dulcemente desmayada/sobre el ritmo de tu seno fatigado de gemir, entre el férvido perfume de tu carne acariciada,/ mientras la hora como lúbrica amapola deshojada/ desfallece en las guirnaldas opulentas del vivir!... ). Por ello, su producción juvenil, aunque amplia, la más amplia entre todos sus compañeros, nos suele dar la impresión de ser el ensayo de su real y definitiva obra que vendría después, a partir de los años treinta, luego de Destierro (1930), tomo publicado en Madrid y que tuvo una buena acogida entre los círculos intelectuales españoles. Este poemario es una región que, transparente al oniricismo y sinuosa a la realidad, obtuvo el calificativo por el propio autor -al hacer el ajuste de cuentas con la posteridad de la obra- de "evasión frustrada". De él, contraposición deliberada a la estricta métrica de su desarollo anterior, y no obstante, que términa con un soneto, nacen frases tan memorablemente bellas como ésta: "Un sólo sueño basta a quien espera la fe...". Los libros más redondos que haya escrito, como la crítica ha mencionado, son aquéllos en donde la vivacidad de su expresión se explaya, danzante, por medio de las formas clásicas: Cripta (1937) y Sonetos (1949). Opiniones divergentes son las que he leído. Para algunas, siempre ha prevalecido en estimado valor el primero sobre el segundo. Temo no estar de acuerdo con esta idea. El mejor Torres Bodet se lee en Sonetos. Cripta lo anticipa, pero no lo concreta enteramente. Dédalo, Isla y Fidelidad, entre algunos títulos más que no menciono, es donde la armonía anacreóntica del verso asonantado –a la tradición de Meléndez Valdés- se hace patente de manera inmediata en su condición huidiza y esencial de arte menor. En su conjunto, Cripta, no sólo pugna por dejar atrás el panorama de acentuado carácter ultraísta hacia el que guían todos los caminos y apuntan todas las imágenes andadas y desandadas, una y otra vez de Destierro; además, se esmera en ganarle a su progenitor un estilo propio que guarde distancia con respecto a las vanguardias en boga, como el garcía-lorquismo o el nerudismo de aquellos años que supo ver atinadamente en su reseña, Tablada.

Así, siguiendo la línea de un refinamiento artístico, el funcionario eficaz, el escritor eminente, el intelectual brillante, llega a la cumbre de éste en Sonetos: libro en el que nada es visceral o se percibe farragoso. Creaciones ante las cuáles la sensibilidad del lector sucumbe, tan rotunda e inexorablemente, en un extásis. Torres Bodet se logra a sí mismo y a su poética con todos los matices reflexivos de un saber literario que articula a la perfección con lujo de geómetra a la vez que pintor renacentista de las sensaciones a detalle: el Durero de la poesía. Pero esto no es todo. La idealización próscrita del Yo torresbodetiano que vuelve entonces sin él, en Regreso, se encuentra, asimismo, de frente con las huellas de un sentimiento universal que marcaría, repetidamente, textos de sus obras futuras: el amor filial. Continuidad, serie de nueve sonetos escritos en 1943 (año en que muere su madre), y que da casi por finalizado el libro –el que lo cierra tiene por nombre Epitafio-, es una obra maestra: supone un lugar aíslado, un archipiélago que perdura con vida propia, más allá del conjunto al que decidió adherirlo su autor -bien podría considerarse a la altura del poema de Manrique, Coplas por la muerte de su padre-. Continuidad, es todo un hito en la historia de la literatura mexicana e hispanoámericana, digno de las mejores antologías. No es un poema que haya resentido el desgaste de la tradición oral, y que las masas hayan popularizado como ha sucedido con tantos otros. Es un tórrido viñedo que, frente a los años procelosos se resguarda, indemne, en la reserva de su añejamiento para el que sepa degustar, como todo buen catador de arte, a la hora de la elección, la altiva exquisitez velada de un Côte de nuits, por encima del renombre de un Veuve de clicquot. Es sublime en el sentido que Kant otorga la significación al término, porque su naturaleza melancólica, que al final se halla disipada frente a la aurora de una “muerte pura” con la que recobra la existencia, conmueve. En dos de sus tres libros ulteriores, que serían los últimos (Nudo ciego lo dejó en preparación y el otro se halla especificado al comienzo de estas líneas) es decir, Fronteras (1954) y Sin Tregua (1957), vuelve a anclar, una vez más, en la bahía de esa temática con El Doble Exilio, Estela y Presencia; empero, igualmente, proyecta desde una serena fraternidad con el dolor del mundo, un grandilocuente humanismo que le dió pauta para trazar algunas de las mejores composiciones nacidas de su pluma.

En 1964, se retira de la vida política definitivamente; pero no de la cultural, puesto que se consagra a escribir los volúmenes de sus memorias y es acreedor a dos reconocimientos por su obra: el Premio Nacional de Letras (1966) y el Premio Mazatlán de Literatura (1968). Diez años después de su jubilación, la tarde del 13 de mayo de 1974, y nueve desde que le diagnosticaron cáncer de colon, al sentir sus facultades menguarse con el paso del tiempo, decide dar por concluida la existencia disparándose un tiro en la garganta, rodeado del silencio de los libros de su biblioteca particular, en su domicilio de Lomas de los Virreyes de la capital mexicana. Voluntad postrera que no ensombrece ni ensombrecerá jamás, su legado: un espacio luminoso de pertinacia sin armisticio y de disciplina que raya en lo estoico. Porque, con toda justicia, hoy, a más de treinta años de aquel suceso, Jaime Torres Bodet, puede hacerse indudablemente merecedor de esa frase que escribiera Hemingway en un capítulo excluido de su novela más aclamada Por quién tañen las campanas: “Uno no es como acaba, sino como fue en el mejor momento de su vida…”. Y el mejor momento de su vida, perdurará para siempre -y no con tinta invisible-, en las páginas más dantescas de la historia de nuestro México moderno.

orientacion pedagogica de jaime torres bodet

José Vasconcelos, quien desde su infancia se caracterizó por su intensidad por vivir, cuestionó, enfrentó y derrumbó, ya en su juventud, a la llamada "Generación del Centenario", que impulsaba el gradualismo positivista y el racionalismo. Esta inquietud la compartía con la "Generación del 15", de la que posteriormente se distanció al disentir sobre los ritmos que debía guardar el cambio social y los actores que debían protagonizarlo.

Vasconcelos estaba convencido de que la educación constituía un elemento de liberación humana y que, a su vez, generaba la libertad de creencias. Pluralista por convicción, cualquier pensamiento monolítico le resultaba reduccionista; hiperactivo, concebía al individuo propenso a la acción y, por lo tanto, como un ente que no requería de estímulos externos utilitaristas para actuar. A partir de estas consideraciones, para Vasconcelos educar significaba enseñar los valores humanos con los cuales la actividad conduce a la superación. Su proyecto educativo rescataba al pueblo de la inacción intelectual, generada a lo largo de los años de humillación en los que habían sido obligados a no actuar, y lo redimía permitiéndole aumentar su confianza e identidad, mediante el orden y la disciplina.

El planteamiento vasconcelista fue de carácter universal, porque confrontaba y conciliaba a nuestra Nación con el mundo a partir de su concepción iberoamericana. Como muchos de nuestros intelectuales, Vasconcelos fue amante del libre pensamiento, sabía que a partir del libre ejercicio intelectual se recuperarían nuestras raíces y se descubriría la esencia de nuestra identidad nacional. Para él, la fuerza del país estaba en su origen y no en sus afanes guerreristas, en la cultura y no en las armas, consideraba que la nación se asemejaba más a una roca que a un aerolito.

La educación debía fomentar los vínculos sociales, en tanto instrumento que fortaleciera la solidaridad entre los mexicanos; vería a la industrialización sólo como un medio para promover el bienestar; haría de la ciencia, la cultura y la tecnología una herramienta para consolidar la Nación; aumentaría los conocimientos geográficos, antropológicos y la complejidad social del país para acrecentar con ello la conciencia sobre la importancia de la identidad nacional. Había que mexicanizar el saber y aprender a ver el mundo desde una perspectiva propia de los mexicanos.

La escuela como resumen de la humanidad era, para Vasconcelos, la instancia donde la educación se orientaba hacia el saber, no tanto para descubrir y ascender al poder, sino un instrumento para que el hombre lo pudiera hacer. Alcanzar esta meta era posible gracias a que el conocimiento es la conciencia del ser, cada generación se levantaba en los hombros del conocimiento que le aporta la generación anterior y el saber enriquecía conciencias. Sin embargo, lograr esta síntesis humana no podía improvisarse, el niño debía aprender con disciplina e imaginación a partir del conocimiento de las grandes preocupaciones sociales de la humanidad.

La labor institucional de Vasconcelos, impulsada con el establecimiento de la Secretaría de Educación Pública (SEP), concentró los esfuerzos educativos de la Revolución y les dio una orientación reconstructora. La educación debía ir a los marginados, estar guiada por preocupaciones democráticas. Su deber ser consistía en formar hombres con confianza en sí mismos, que emplearan su energía sobrante en el bien de los demás. Para la visión vasconcelista, la pobreza y la ignorancia son los mayores enemigos del progreso, resolverlos precisaba de la educación para subsanar tan grandes males.

Por ello, en un país caracterizado por su heterogeneidad social, la educación debía construir, promover y difundir una identidad tejida con el contacto entre España y la América precolombina. Para nuestro "Ulises Criollo", el mestizaje era la esencia de la hispanidad hasta en la misma España que, por cierto, nunca fue un país monoétnico sino de múltiples razas, aunque por mucho tiempo no llegase a ser aceptada esta pluralidad.

Para Vasconcelos la educación no era sólo una ciencia, había que sumarle un carácter normativo, de ahí sus semejanzas con la ética o la política. Al igual que éstas, consideraba que exigía una relación racional entre fines y medios para alcanzarlos, un vínculo entre el ideal y su consecución.

El objetivo final del sistema educativo de Vasconcelos radicaba en transformar la realidad en todas sus manifestaciones. Para ello, era necesario combatir la opresión que durante siglos había pesado sobre el mexicano porque le impedía cristalizar sus esfuerzos en favor de la actividad productiva e imaginativa, hacia un uso placentero de su ocio que evitara su hundimiento en la pereza.

La escuela bajo la concepción vasconcelista, guiada por valores de equidad y de distribución de la riqueza, era un instrumento de liberación humana para todos y no como prerrogativa exclusiva de una minoría. Con esta convicción el ministro de Educación pugnaba por vincular el plantel escolar con la vida; promover desde este sitio el desarrollo pleno de la población; en fin, esta institución educativa era el centro del desarrollo cultural de una sociedad en busca de su integración como Nación.

La visión de Vasconcelos se fundamentaba en una cosmovisión universal de la naturaleza humana y en una teoría educativa normativa amparada en una concepción plural en el conocimiento como instrumento y no como un fin para la satisfacción de las necesidades humanas.

Para Vasconcelos, era imperativo alimentar la identidad nacional del México revolucionario, para hacerlo democrático e hispanoamericano. Por eso, la SEP no fue concebida como una instancia burocrática más, sino como la correa de transmisión entre una sociedad y una forma de Estado que tenían en ese momento la oportunidad de reconstruirse o inventarse.

Como titular de este ministerio, Vasconcelos se caracterizó por la prisa para educar (quizá desde entonces data el estigma por hacer las cosas rápido en materia educativa). Para ello, movió a la sociedad a partir de la recuperación de nuestro pasado y de la historia universal; hizo de cada maestro un misionero cultural, un apóstol de la nueva palabra educativa, un protagonista de la integración nacional del país que, en la práctica, conocía y sembraba la semilla de una nueva conciencia nacional.

En resumen la importancia del proyecto vasconcelista estriba en su concepción de que la educación debe consolidar a la Nación, incrementar los lazos de solidaridad entre los mexicanos. Si bien en México ha prevalecido una injusta distribución de la riqueza y del ingreso, resultaba más lastimoso y lamentable que existiera una exagerada concentración del conocimiento en unas cuantas cabezas. Así, con la educación como herramienta, Vasconcelos y sus contemporáneos sentarían las bases para el desarrollo ulterior del México revolucionario.

2. La escuela social de Moisés Sáenz: entre el humanismo vasconcelista y la educación socialista Contenido

Si para Vasconcelos la escuela nos redimía como humanidad, para Moisés Sáenz, subsecretario de Manuel Puig Casauranc, significaba la actividad que nos preparaba para la vida. A partir de esta concepción surgió y se desarrolló la escuela rural en la historia educativa del país. Esta fue una de las aportaciones y realidades más sugestivas cuya paternidad responde a Sáenz.

Moisés Sáenz recuperó las lecciones de su maestro John Dewey sobre la escuela activa y multiplicó tiempos para construir obras que aún perduran en el presente. Entre ellas, la fisonomía que le imprimió a la antropología social y la escuela rural experimental, aunque, hasta hace pocos años, estuvieron sujetas a una mínima atención por parte de los estudiosos de la educación. De la primera, quizá el peso que guardan otros dos grandes, Manuel Gamio y Alfonso Reyes opacaron, en el tiempo, la personalidad protestante del regiomontano Sáenz; de la segunda, probablemente el empeño por sobrevalorar los alcances de la educación socialista ensombreció las bondades de la educación social pregonada y practicada por su principal impulsor.

Para Sáenz la educación se enfrentaba al gran reto de incorporar al indígena a la vida nacional sin destruir o violentar su cultura. Se pretendía revalorar nuestro pasado sin desdeñar el mundo occidental, un Occidente diferente al de Vasconcelos que no terminaba en la Europa continental, particularmente en Iberoamérica, sino que tenía una frontera más amplia.

Asimismo, Sáenz buscaba la integración indígena a partir de la identidad nacional, aunque el medio para lograrla no era la recuperación de los valores profundos de la humanidad. Se partía de un modelo que el subsecretario de Educación construyó y desarrolló, fundamentado en la práctica de principios elementales de solidaridad. En consecuencia, la mexicanidad tenía como base la tradición prehispánica y la continuidad cultural que había nacido a partir de la confrontación con Occidente: ese era nuestro camino.

El proyecto educativo, en tanto identidad, debía romper primero las trabas de la escisión interna y desde ahí buscar nuestro significado externo. Integrar al indígena al proyecto nacional, significaba incorporar la civilización a nuestra cultura y no al contrario. Es decir, dejar absorber a nuestra población india y mestiza marginada por los mecanismos perversos de la vida económica en la civilización.

A partir de esta percepción, Sáenz fue más allá de la mera atención a la educación rural, cuyo concepto adquirió dimensiones muy amplias. Con él tomaron fuerza las escuelas de pintura al aire libre, la protección de las artesanías y los oficios, y los museos regionales. Su impulso a la investigación antropológica nos lleva a considerarlo como el sociólogo de la educación de la Revolución, aunque guardada la debida distancia de la condición filosófica que fundamentó la cruzada vasconcelista.

El México posrevolucionario está integrado por muchos Méxicos y en la tarea de identificarlos, la educación ha sido a lo largo del tiempo el instrumento que promueve la solidaridad entre ellos. Socializar para articular y conjugar nuestra heterogeneidad. Esta es la razón por la cual se explica que los valores humanos sean un fin mediato, y el compromiso educativo esté vinculado con las cuestiones de la vida cotidiana: salud, economía y ambiente. Para Sáenz, el desarrollo de la comunidad rural era la tarea primordial. Durante más de diez años de labor institucional creó escuelas activas donde experimentó la viabilidad de su proyecto y formó equipos que realizaban un amplio trabajo de campo para conocer directamente la realidad que se pretendía transformar.

Su carácter pragmático llevó a Sáenz a considerar el quehacer educativo como un proyecto de ingeniería. El México de ese entonces era un país de pobres comunicaciones y; en esas condiciones, incorporar al indio implicaba una labor de zapapico y de pala, ya que el asfalto, el camino real y la vereda sintetizaban a los diferentes méxicos, ilustraban su heterogeneidad social. El esfuerzo por incorporar al indígena se dificultaba por un problema fisiográfico. El indígena es un ser que se desenvuelve en poblaciones aisladas y, por ende, responde a un individualismo acendrado para defenderse de una civilización que lo acecha en lo económico y cultural. Para Sáenz, la asimilación del indio exigía altos esfuerzos de solidaridad y comunicación entre los hombres y las instituciones. Había que ir al campo para sembrar una semilla: la escuela comunitaria, alma de la mexicanidad, trinchera que vencería la atomización social al conjuntarlo. En tal sentido, la Revolución era la síntesis social que impulsaba, bajo nuevos valores, la unidad entre todos los mexicanos sin dejar fuera alguno de sus segmentos.

Sáenz pensaba en el indio y en el mexicano dentro de una acepción amplia. Consideraba que el hombre estaba dotado de inteligencia para realizar el cambio, para ser industrioso y generar así su autosuficiencia. Dentro de esta visión, la educación encerraba un papel sustancial en tanto instrumento para combatir la desintegración social, que debía conducir al conocimiento para el cambio. La educación tenía un carácter instrumental, el hombre más que un teórico era un experimentador.

La visión de Sáenz, con las reticencias propias que el protestantismo ha causado en el país, alternaba, por lo menos en el discurso educativo, con la visión humanista de Vasconcelos. Sin embargo, Sáenz también era pluralista, y más abierto que Vasconcelos. Creía en la bondad, inteligencia y diligencia del mexicano, bastaba orientar estas cualidades en su beneficio y el de la sociedad. Enseñar para modificar el ambiente ecológico y social inmediato al hombre.

De ahí que su filosofía educativa encontraba fundamento en la utilidad y su teoría de la educación estuviera dominada por la socialización. Concebía la enseñanza como un instrumento de ayuda indispensable para la conservación de la vida y la buena salud; para dominar el medio en beneficio del hombre y su comunidad. Con base en la experimentación cotidiana, el ser humano incrementaría su creatividad.

Moisés Sáenz se distinguió por ser un pensador pragmático, a todo lo que le rodeaba buscaba encontrarle el sentido de utilidad; su visión educativa tenía como preocupación la integración social de México sin dejar de respetar lo que tenían de singular sus partes. En esta tarea, llegó a darle un estilo al nacionalismo mexicano contemporáneo. En suma, Moisés Sáenz fue un promotor incansable en la construcción de una escuela vital, de una entidad que contribuyera al desarrollo de la organización social de México, donde el maestro fuera el centro de la vida comunitaria, una figura educativa sin la utopía y el apostolado vasconceliano, simplemente un impulsor social de los valores más nobles que se desprendían de nuestra Revolución.

3. Entre el humanismo y el pragmatismo ¿Es posible la síntesis? Vasconcelos y Sáenz Contenido

La concepción de Vasconcelos se anclaba dentro de una perspectiva cultural amplia y universal, la de Sáenz optaba por refugiarse en una concepción social que retomaba experiencias de otras latitudes. Dos proyectos distintos aunque, desde el presente, difícilmente pueden verse como antitéticos, más aún si afirmamos que éstos tenían como finalidad última la integración nacional. Uno, asimilaba culturas en favor del mestizo; el otro, invitaba al indio a formar parte de la familia mexicana sin violentar su identidad, construida con base en una sensibilidad diferente a través de su historia milenaria.

Vasconcelos era un hombre que hacía de su conflicto interno un principio de acción; Sáenz, libre de contradicciones, avanzaba experimentando en favor de su intención integradora.

En Vasconcelos la alfabetización permitía ir forjando la identidad nacional. En Sáenz, daba oportunidad de integrar la comunidad a la Nación, porque para él el indígena requería de un trato diferente con el afán de incorporarlo al desarrollo del país, para lo cual era necesario fortalecer primero el contexto en que vivía.

La educación en Vasconcelos encerraba un aliento místico, una vehemencia apostólica y un ardor evangélico que despertaba en el pueblo deseos de superar los siglos de vejación producida por el hambre, la enfermedad y la ignorancia. Para Sáenz la escuela era integradora de la comunidad, la escuela y la educación tenían una función cotidiana: era un medio para el mejoramiento social y no sólo una actividad escolar. Más que un ideal la educación era práctica, acción; era aprender haciendo y su calidad respondía a la eficacia para alcanzar los fines sociales planteándose en función de ciertos principios sociales.

El problema indígena es de naturaleza política, social y económica y no de tipo gramatical. Por ello, la escuela activa impulsada por Sáenz nació acompañada del desarrollo de hospitales, centros materno-infantiles, campañas de saneamiento y bienestar. Se trataba de un sistema integral tendiente a socializar a la comunidad con el resto de la Nación, con lo cual coadyuvaba a que ésta encontrara su lugar en la vida social de manera singular (la comunidad) y de manera amplia (el país).

4. La educación y el realismo socialista. Narciso Bassols y Lázaro Cárdenas Contenido

Los orígenes de la educación socialista se remontan a la escuela racionalista, fundada en 1912, en tanto que combatía las ideas religiosas al partir de la premisa que la religión deformaba la mente de los niños y los inclinaba a admitir dogmas sin fundamento racional alguno. Sin embargo, este tipo de instrucción apenas manifestaba su preocupación por los aspectos sociales. Ante la inquietud de una educación que al mismo tiempo orientara y destruyera prejuicios, y organizara la enseñanza en relación con la producción económica para que el hombre aprendiera a producir y defender su producto, la Comisión de Educación de la CROM propuso la creación de una escuela proletaria socialista en 1924. El magisterio, identificado con las clases marginadas, pugnaba por orientar la enseñanza hacia el colectivismo que justificara y valorizara los artículos 27 y 123 constitucional hacia principios de la década de 1930.

Las demandas que se generaron en favor de una educación socialista dieron cuerpo a un proyecto para reformar el artículo 3o. constitucional con la finalidad de que el Estado controlara la educación para asegurarse de que la juventud de México fuera adoctrinada para llevar adelante la obra de la Revolución, entendida como sustento ideológico del sistema. Como era de esperarse, surgió una fuerte agitación en torno a la laicitud de la enseñanza, sin embargo, después de intensos debates dicha disposición fue modificada.

El responsable de la cartera de Educación en la primera mitad de este decenio fue Narciso Bassols, quien respaldo desde su posición la reforma haciendo profesión de fe marxista:

La muerte del prejuicio religioso es, por fortuna, una consecuencia de la educación de las masas. Basta mostrarles con los rudimentos de la cultura el absurdo del prejuicio religioso para que vuelvan sus espaldas a sus antiguos explotadores... Convencida la Secretaría de que el opio religioso es un instrumento de sometimiento de las masas trabajadoras, cree también que la liberación económica de campesinos y trabajadores es el otro factor decisivo para limpiar la conciencia de los hombres1.

Responsable de la redacción final de la modificación al artículo 3° de la Constitución, Bassols manifestaría en esta disposición su censura de intolerancia a la religión. Se excluía toda doctrina religiosa y se combatía el fanatismo con la creación en la juventud de un concepto racional y exacto del universo y la vida social. Asimismo se prescribía que la educación del Estado era socialista, sin embargo como no se hacía especificación ninguna al respecto esto dio pie a la ambigüedad y se prestó desde su promulgación a diversas interpretaciones que bajo diversas modalidades se pusieron en práctica más tarde a lo largo del sexenio cardenista. Esta falta de especificidad sería la que finalmente llevaría a la educación socialista al fracaso, pero es que la preocupación de Bassols no estaba en ese punto sino en el primero:

soy el autor del texto ... enfoqué y conduje la reforma del artículo 3o. constitucional en 1934 ... la verdad es y no debemos olvidar un sólo instante que el problema político real no radica ni en el término "socialista", ni en la fórmula del concepto "racional y exacto". Está en la prohibición a la Iglesia católica de intervenir en la escuela primaria para convertirla en instrumento de propaganda confesional y anticientífica. Lo demás son pretextos2.

Si bien la reforma había tenido como fin primordial enfatizar la naturaleza antirreligiosa de la educación, había que responder a la aspiración general de justicia social para formar una sociedad igualitaria a partir de la educación, ello correspondería al presidente Lázaro Cárdenas. Durante su gobierno la política educativa desplazó del centro del debate el papel de la educación en favor de la identidad nacional: ni cultura, ni integración, sino liberación social. La concepción de Sáenz fue sustituida con la idea de que la instrucción redimía a los oprimidos. Así, la enseñanza adquirió un fuerte tinte clasista y fue asumida como compromiso para liberar a las amplias masas desposeídas por su condición de explotados. La política educativa se erigió como un proyecto de justicia social, de ataque a las creencias religiosas y a favor de promover la educación sexual. Se trataba de redimir al pueblo, entendido como la suma de campesinos y obreros. En ese sentido, era una concepción reduccionista de la sociedad.

En este ambiente social, el maestro se volvió un gestor, totalmente diferente al integrador comunitario, al trabajador social de Sáenz. El docente era quien garantizaba la justicia social, el extensionista. La educación se convirtió en una actividad ambigua que devino en doctrinaria e intolerante. ¿Qué caracteriza la visión educativa de Cárdenas? La educación se concibió como un cuerpo organizado de conocimientos y recomendaciones que definían la actividad del educando para formar individuos capaces de realizar su liberación del sistema de explotación. Ya no se trataba de reivindicar a la humanidad como ocurrió con Vasconcelos, sólo de recuperar la dignidad del hombre sujeto a la explotación. "Enseñar a explotar la tierra no al hombre" se lee en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo. La concepción educativa de Cárdenas estaba impregnada de un realismo materialista en la explicación del mundo. Su evolución respondía a la dialéctica de la naturaleza, donde la visión del universo material generaba los principios del saber. Este es quizá el rasgo más positivo de la educación promovida bajo el gobierno cardenista.

En este contexto, el hombre, además de ser resultado de la evolución de la naturaleza, era concebido como un ente histórico. El sistema educativo llevó a una visión evolucionista-racionalista del deber ser de la humanidad. Bajo esta perspectiva el trabajo era un proceso social que liberaba al hombre del individualismo ubicándolo en la colectividad; permitiéndole transformar su entorno y, por lo tanto, las condiciones objetivas del hombre; asimismo, constituía la esencia por la cual el hombre superaba su estado natural y se integraba al desarrollo de la naturaleza. A partir de esta concepción se entiende que la sociedad clasista destruya la esencia humana y provoque antagonismos para el desarrollo armónico de la humanidad.

Por lo tanto, correspondía a la educación insertar al hombre en el movimiento histórico, redimirlo de su individualismo y reintegrarlo a los principios de la colectividad, ya que su naturaleza no radicaba en la individualidad sino en la colectividad. Los valores cardenistas tenían su fundamento en la solidaridad popular para alimentar el espíritu de clase no el de la comunidad. En este sentido la acepción de solidaridad es diferente a la planteada por Moisés Sáenz.

El trabajo y la justicia social son valores, pero también constituían principios que apuntaban a los elementos de clase. El trabajo definía al universo de la humanidad que debía liberarse de la enajenación y la injusticia social. Lo trascendente no era el desarrollo de la humanidad ni de la comunidad, sino la orientación educativa a las clases populares lo que liberaría al pueblo mexicano; la educación prepararía para la liberación, fomentaría el trabajo y la militancia y, desde ahí, capacitaría para alcanzar una sociedad sin clases.

¿En este marco cuál era la teoría del conocimiento? Si se considera que el individualismo no tenía cabida en este sistema, es claro que a quien se debía atender no era al individuo sino la totalidad del género humano. Para este sujeto, el conocimiento surgía de la percepción y de ésta se desprendía el concepto, sancionado por la praxis que otorgaba el criterio de la verdad. Aplicar esta teoría educativa no fue posible ante la ausencia del perfil del educando al que se dirigía. De hecho, los elementos ideologizados disminuyeron la eficiencia del modelo, la práctica educativa fue ajena al fenómeno de la educación y estuvo comprometida con la liberación del hombre inmerso en el proceso de explotación. No había realmente una filosofía educativa sino un proceso contradictorio entre concepciones clasistas, teoría de la liberación e instrumentos ideologizados que devinieron en contradicciones fundamentales.

Si bien es cierto que el proyecto educativo en Cárdenas contempló un aumento en el presupuesto destinado a la educación rural y fomentó la enseñanza tecnológica, también es verdad que las contradicciones entre filosofía y práctica educativa, que tenían lugar al interior del país, limitaron su aplicación.

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Definir una política educativa para México, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, como la registrada en el primer lustro de los años 40 y de una lucha interna entre las diversas facciones gobernantes del país, derivadas de las políticas revolucionarias del general Lázaro Cárdenas, significó para el presidente Ávila Camacho y su secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, un verdadero reto a resolver.
La política presidencial giró en torno a la unidad nacional de los mexicanos para enfrentar la amenaza nazi-fascista de Alemania e Italia, fomentando los ideales de la libertad, democracia y la paz mundial.
Correspondió al doctor Jaime Torres Bodet, designado Secretario de Educación el 23 de diciembre de 1943, reconocido en el ámbito intelectual, artístico y diplomático, poco conocido en el magisterio, no obstante que en su juventud había sido Jefe de Bibliotecas de la Secretaría de Educación durante el ministerio del licenciado José Vasconcelos, dirigir un mensaje al pueblo de México, para dar a conocer su ideario y programa de educación, centrando su discurso en la importancia del apoyo de los maestros y de la nación entera, para hacer realidad el pensamiento del presidente de la República.
El Secretario Torres Bodet expresó "que estaba persuadido de que la consolidación de la independencia política y económica de México descansa en la educación de todos sus hijos… y que…las circunstancias históricas de nuestro tiempo exigen una educación para la paz, para la democracia y para la justicia social".
Sin hacer gran publicidad, el secretario Torres Bodet, propuso al presidente Ávila Camacho una reforma al artículo tercero que establecía la educación socialista, para que postulara el amor a la Patria, a la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y la justicia, además de desarrollar las facultades del ser humano.
La nueva legislación reafirmaría los principios a favor de una educación laica, gratuita y obligatoria, así como el carácter democrática, nacional, manteniendo firmes los postulados de la lucha contra la ignorancia y sus efectos, fundada en los principios de la ciencia, la razón y el viejo anhelo pedagógico de una formación integral del educando.
Para lograr el ideal educativo de la UNIDAD NACIONAL, requería de un intenso programa de actividades en el aula, la escuela y la comunidad.
El sistema educativo mexicano, requería de una filosofía de la educación, que hiciera posible la formación de un pensamiento social de los educandos y de los mexicanos en general, que los cohesionara, que les diera identidad nacional, que fomentara el amor por la patria.
Durante los años 40 el secretario Jaime Torres Bodet, llevó a cabo una reforma a los planes y programas de estudios de la educación primaria, secundaria y normal, por medio de los cuales se enseñaba la historia de México, el civismo y los principios para una convivencia de los mexicanos, en favor de la democracia, la justicia y la paz internacional.
El principio de la unidad nacional, como objetivo inmediato a lograr mediante los programas educativos, era un propósito fundamental, de soporte a la política del gobierno de la República, a favor de una posición pacifista.
Una de las consecuencias esperadas durante la Segunda Guerra Mundial, que afectaron también nuestro país, era la generación de un pensamiento a favor de los países del eje formado por Alemania, Italia y Japón, cuya ideología de sus gobiernos era el nazismo y el fascismo.
En este contexto, el gobierno mexicano se propuso educar para la libertad, la democracia, la justicia y la paz.
A los niños y a los jóvenes se les inculcaban los valores cívicos, de amor a la patria, a vivir en libertad y en la democracia, en un ambiente de armonía interna y de paz mundial.
En el segundo período, como secretario de Educación, el doctor Jaime Torres Bodet, se propuso una reforma educativa por medio de la cual los estudiantes y maestros reafirmaban su conocimiento de la historia de México, incluyendo los principales acontecimientos del siglo XIX y siglo XX, así mismo, los primordiales conflictos bélicos, revoluciones sociales y sistemas de gobierno durante el siglo XX, todo lo cual explicaba las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales del mundo y de nuestro país.
Otro aspecto relevante de esta reforma educativa, fue la introducción de la enseñanza de las actividades tecnológicas en la educación secundaria, para facilitar el desarrollo de aptitudes y habilidades manuales de los estudiantes, aprendiendo así el manejo de herramientas para la soldadura, mecánica, carpintería, costura y cocina, entre otras.
El desarrollo integral de la personalidad del adolescente, era posible mediante el aprendizaje de conocimientos científicos, históricos, cívicos, del lenguaje, de manualidades y educación física.
La formación de profesores de educación primaria, se extendió a la preparación de educadores de adolescentes, con la creación de las escuelas normales superiores públicas y privadas.
En esta reforma educativa a la enseñanza secundaria del país, así como la creación de la Escuela Normal Superior de Nuevo León, participó el profesor Humberto Ramos Lozano, hoy Benemérito de la Educación del Estado.
Hoy día, el país requiere de pensadores como Jaime Torres Bodet.

politica educativa de jose vasconcelos

José Vasconcelos

“José Vasconcelos fue un insurrecto, se rebeló contra el gran tirano Calles, contra el orden establecido por Porfirio Díaz, aún como militante del Partido Nacional Revolucionario, pero su resistencia era la de un hombre místico que pensaba y se sumía en el estudio de la antigua Grecia, al tiempo que estimaba las virtudes del pueblo de México con sus fusiones culturales. De su obra dos cosas impresionan: la facilidad que tiene para expresarse y la valiente franqueza con que narra los hechos. Fue un escritor que se tomó todas las libertades a que tenía derecho sin prescindir de alguna”.

“Vasconcelos tomó en parte su proyecto educativo de las reformas soviéticas que se dieron a partir de la Revolución Bolchevique; así, su primer movimiento fue reformar la Constitución Política de México con el fin de establecer que el Estado tiene la obligación de educar al pueblo. Es bien sabido que sus ideas sobre las reformas en educación iban más allá de la escuela; él tenía un propósito casi místico, pretendía redimir mediante una mejor educación la miseria, las diferencias raciales y sociales, así como los sentimientos de violencia y desorden. En pocas palabras, el fin era crear una educación pública como idea de redención nacional”.

“sus libros son tan valiosos porque tienen una inspiración enorme y un discurso franco muy parecido a una conversación; de su obra autobiográfica los cuatro primeros tomos son una memoria vívida del México de finales del siglo XIX y principios del XX. Existe otra obra menos conocida e igualmente importante los escritos del educador y el político como De Robinson a Odiseo o La raza cósmica donde habla de sus ideas educativas y sus principios políticos. Fue un escritor vasto y prolífico”.

José Joaquín Blanco

él es el artífice de la gran epopeya educativa mexicana; en su tiempo, muchos calificaron sus propuestas como un delirio, una fantasía casi una locura, les parecían propuestas irrealizables, sin embargo, por sus logros es un ejemplo sin precedentes en nuestra historia. La magnitud de la empresa cultural vasconceliana es de una ambición y de un idealismo que ya no se encuentra”.

“fue capaz de escribir en inglés, de comunicarse con ‘los otros’; es decir, con sus adversarios culturales: los estadounidenses, para explicarles en sus propios términos el ideal de lo que él llamaba ‘la raza cósmica’. De hecho, su capacidad de interlocución cultural es una faceta casi desconocida de él, pues es más famoso por su antiyanquismo, él criticó a esa nación —en diversos textos, incluido La raza cósmica— desde las entrañas mismas del monstruo”.

José Antonio Aguilar

El escritor, periodista, filósofo, maestro, abogado, político y viajero José Vasconcelos, nació en el estado de Oaxaca el 28 de febrero de 1882.

Cursó la educación básica en Sonora y Coahuila; posteriormente se trasladó a la ciudad de México para ingresar en la Escuela Nacional Preparatoria.

Más tarde fue alumno en la Escuela de Jurisprudencia, donde se tituló como abogado en 1907.

Convencido partidario de Francisco I. Madero, en 1909 participó en la formación del Centro Antirreeleccionista.

Fue miembro del Ateneo de la Juventud y —como los demás atenienses— escribió para la revista Savia Moderna; para 1912 propuso cambiar el nombre de la organización por el de Ateneo de México, desde allí, se impulsó una corriente crítica filosófica, política y de renovación ideológica, liderada por Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos.

Durante algunos años de la segunda década del siglo XX se alejó del país como muestra de su inconformidad ante la efervescencia, el caos, la ingobernabilidad y, en pocas palabras, el desorden político ocasionado por la Revolución. Volvió en 1920 y fue nombrado rector de la Universidad Nacional. José Vasconcelos fue quien diseñó el escudo que hasta el día de hoy simboliza a la máxima casa de estudios, así como el lema que reza: “Por mi raza hablará el espíritu”.

…….En la Constitución Política de México, promulgada en 1917, se había suprimido la Secretaría de Instrucción Pública; como rector de la Universidad Nacional y con una idea clara del rumbo que debía tomar la educación en México, José Vasconcelos elaboró un proyecto de reforma constitucional que fundamentaba la importancia de que existiera un Ministerio de Educación Federal; así, la reforma fue aprobada el 2 de julio de 1921.

Tres meses después tomó protesta como Secretario de Educación; en el cargo, concentró todos sus esfuerzos en llevar una educación reformada no sólo a los niños y jóvenes, sino también a los adultos que deseaban aprender.

Como parte de su propósito realizó varias acciones, creó las “misiones culturales” que llegaron a diversos lugares del país y que presentaban eventos relacionados con el arte popular y el teatro al aire libre; editó la colección de Clásicos Universales que contaba con miles de ejemplares de obras de autores como Homero, Esquilo, Eurípides, Platón y Goethe; creó la colección Lecturas clásicas para niños y la revista El maestro.

En 1922 instituyó el Día del alfabeto con cinco mil profesores afiliados y que juntos pretendían contribuir en la disminución de analfabetas mexicanos y lo lograron, pues para 1924 la cifra de alfabetizados ascendía a doscientos mil tras la campaña.

…….Aprovechando su lugar como secretario de Educación y acompañado de todo el idealismo del que era capaz, como parte de su proyecto educativo se rodeó de intelectuales de diversa índole: científicos, literatos, filósofos y críticos formaban su grupo más allegado.

Difundió incansablemente la cultura nacional en todas sus manifestaciones, apoyó el trabajo de los artistas plásticos mexicanos, principalmente el de muralistas como Rivera, Orozco y Siqueiros que dejaron muestra de su monumental obra en los muros de diversos edificios públicos del país. Durante ese tiempo, en su quehacer literario practicó el ensayo histórico y filosófico.

En 1924 presentó su candidatura para gobernar Oaxaca, perdió por prácticas antidemocráticas y cinco años más tarde fue lanzado como el candidato a la presidencia de la República por el Partido Nacional Antireeleccionista.

Su candidatura fue apoyada por estudiantes, maestros e intelectuales que formaron el Comité Orientador pro Vasconcelos; su lucha iba en contra de los vicios nacidos de la Revolución, por ello, su campaña fue percibida como un peligro para los cauces de aquel movimiento, rápidamente brotó la represión y la violencia contra los vasconcelistas.

Durante los comicios se gestó un fraude electoral y perdió.

Desalentado se marchó a Estados Unidos donde inició la escritura de su obra más conocida, en aquellas tierras concluyó cuatro de los cinco volúmenes que conforman su autobiografía: el Ulises criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938) y El proconsulado (1939).

En varios de los textos incluidos en estos tomos —como en El proconsulado— Vasconcelos retrató los rasgos más destacados del pueblo estadounidense, subrayó la efervescencia de la religión Protestante, describió y mostró su desacuerdo con las políticas gubernamentales relacionadas con la educación; en síntesis, criticó aquella forma de ser y de vivir.

En El proconsulado (1939), Vasconcelos cuenta cómo se enteró de la muerte —suicidio en la ciudad de París— de uno de sus grandes amores: Valeria, que en realidad se llamaba Antonieta Rivas Mercado, hija de Antonio Rivas Mercado arquitecto que construyó, entre otras cosas, la Columna de la Independencia; ella era una mujer culta que escribía y apoyaba económicamente a artistas que iniciaban su trayectoria.

Regresó a México en 1940 y de inmediato fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, a lo largo de su vida incursionó en la escritura de diversos géneros: teatro, ensayo, cuento, relato, novela, autobiografía, crónica literaria e histórica. En 1959 completó el último volumen de su obra autobiográfica al que intituló La flama, a lo largo de esos cinco tomos se deja ver cómo fue el cambio paulatino en las posiciones del autor que iniciaron siendo revolucionarias y terminaron conservadoras. Poco antes de morir, el 30 de junio de 1959, público dos obras más: Lógica orgánica y Todología.

El Ulises Criollo

Presidente del Ateneo

Los amigos del Ateneo me nombraron su presidente para el primer año maderista. No por homenaje sino en provecho de la institución, cuya vida económica precaria yo podría aliviar.

Además, podría asegurarle cierta atención del nuevo gobierno.

Y no volví a llevar trabajos a las sesiones, sino que incorporé a casi todos los miembros del Ateneo al nuevo régimen político nacional.

Con este objeto se amplió el radio de nuestros trabajos, creándose la primera Universidad Popular.

Para fomentarla se unieron a nosotros algunos políticos que así se ligaban al partido gobernista.

Para otros fue la Universidad Popular una ocasión más de acercamiento al medio oficial.

Tal fue el caso de Panci, que intimó conmigo hasta que logré colocarlo con Pino Suárez.

Llegaba este último a la capital sin conocimiento alguno del medio y Panci pudo servirle de auxiliar discreto, dado que se había rozado con el viejo régimen [...]

…….Las sesiones en el Ateneo concluían cada viernes en un restaurante de lujo. Ya no era el cenáculo de amantes de la cultura, sino el círculo de amigos con vistas a la acción política.

Antonio Caso fue quizá el único que no quiso mezclarse en la nueva situación. Se proclamaba, más que nunca, porfirista.

Colaboraba, sin embargo, en todo lo que significaba esfuerzo cultural.

Durante este año de mi gestión recibió el Ateneo a varios conferencistas extranjeros, como Pedro González Blanco Y José Santos Chocano. Anteriormente la Universidad no invitaba sino a profesores de Norteamérica. [...]

Nosotros iniciábamos en el Ateneo la rehabilitación del pensamiento de la raza.

Madero, por su parte, en el orden diplomático, rompía el precedente porfirista: “Un buen embajador en Washington: el resto del Cuerpo Diplomático sale sobrando.” [...]

…….En vano recordábamos al público que Porfirio Díaz no dejó llegar a la capital ni al propio Darío por temor de que el recuerdo de su Oda a Roosevelt provocase un gesto adverso en los Estados Unidos.

Aquellos porfiristas que tomaban a Ugarte como bandera contra nosotros sabían de sobra que su jefe no lo hubiera dejado desembarcar.

A pesar de todo esto, firmé y repartí, como presidente del Ateneo y de acuerdo con el personal del mismo, invitaciones para una sesión que habría de celebrarse en honor de Ugarte y de González Blanco.

La inclusión de este último no agradó y la sesión hubo de aplazarse. Lo que aprovecharon los diarios para volver a la carga, ahora contra mí…”

Las amapolas de Xochimilco

Por el costado poniente de la catedral, frente a la calle del Empedradillo, estaba el Jardín de las Flores. Pasando por las mañanas rumbo al Tribunal, detenía unos instantes el taxi.

Los vendedores asaltaban ofreciendo ramos gigantescos de rosas o claveles, alelíes y gardenias, dalias y crisantemos, violetas y lirios, tulipanes y camelias.

Es difícil la elección cuando no se lleva un propósito fijo; pero me conquistó una brazada de amapolas de esas enormes y encendidas que sólo se dan en Xochimilco.

Anotadas las señas, el mensajero se alejó bajo el sol como si llevase la llama de mi corazón ardido de no verla desde la tarde anterior. Tanta dicha provocaba remordimiento; así que compré otro ramo más modesto y lo mandé a mi esposa. Siempre he experimentado la necesidad de estar solo una o dos horas al día. Resabios quizá del examen de conciencia que antes de dormir nos imponía mi madre.

Al llegar a casa me encerraba en la biblioteca. Después de violentas disputas había logrado que no entrasen allí los criados, ni siquiera mi esposa. Solo mis hijos circulaban, rompían, deshacían, porque los niños no estorban el pensamiento.

Es la mirada astuta, inquisitiva, la que desespera e impide trabajar. De los niños ni el ruido distrae. Me aislaba de nuevo después de la cena ligera. Horas de soledad en que el alma encuentra su alimento. No pasar un largo rato completamente solo, cada día, es como no despertar para el espíritu.

Este inconveniente le hubiera encontrado a la vida en común con Adriana: la fatiga del diálogo. A la prueba del mundo venimos solos y para apurarla cada uno en presencia de Dios. Por entonces, sin examen de conciencia, soltaba la imaginación adelantándome a las horas de la dicha: lo que haría con Adriana, lo que el futuro guardaba.

Fatigado pasaba a la alcoba. Ya no me perseguían los sueños lúgubres como aquel en que aparecía Carlos doblegado bajo el peso de una losa caminando por una cuesta sombría. Una noche que no pude contener los sollozos, mi esposa había asomado de su habitación próxima; apenas pude decirle:

— Carlos… Carlos…

Ahora, con Adriana, sentía menor la amargura. Ella también había sufrido, según me decía, y éramos dos a vengarnos de la suerte, gozando impúdicamente, desenfrenadamente.

De oración sólo una repetía: “Cuida, Señor, y caiga sobre mí lo que deba caer…”

orientacion filosofica de jose vasconcelos

Ensayista, ideólogo y político mexicano, nacido en Oaxaca el 28 de febrero de 1882, que influyó notablemente en la definición de un iberoamericanismo basado en el mestizaje, a partir del cual se conformaría la raza cósmica, raza que estaría llamada, en no mucho tiempo, a ser depositaria del espíritu del mundo.

Empapado sin duda en las creencias alucinadas difundidas por Helena Petrovna Blavatsky y toda su corte de propagandistas teósofos [«las siete Razas de la Humanidad», «los siete Elementos Cósmicos», la Atlántida perdida habitada por la raza madre, la noble raza aria, el antidarwinismo, &c.] –ya al comienzo del nuevo siglo, escribe Vasconcelos I:436, «con pretensiones de investigador científico abordé el estudio de los fenómenos espíritas comenzando con Mesmer y rematando con Allan Kardek, cuyos libros consulté en la Biblioteca Nacional»–, contagiado también del mismo idealismo que había embriagado a Hegel y a Fichte, admirador de Nietzsche y de Schopenhauer («Schopenhauer, ¡cuánto debo a tu fuerte pensamiento!», exclama Vasconcelos), tras la derrota de Alemania en la Gran Guerra, en plena decadencia de occidente spengleriana, supuso que el espíritu, que parecía se estaba cansando de actuar a través de la raza aria [aunque todavía faltaban los coletazos nazis...] se asentaría pronto en la quinta raza, la raza cósmica, una raza que habría de surgir de entre quienes venían celebrando desde 1913, en español y no en alemán, la Fiesta de la Raza.

Fue al parecer José Vasconcelos precisamente el inductor de que durante el régimen del presidente Alvaro Obregón adoptase México oficialmente esa celebración del doce de octubre. Nombrado en 1920 rector de la Universidad Nacional de México, antes de pasar a ocuparse al año siguiente de la Instrucción Pública de Méjico, propuso José Vasconcelos, y fue aceptado, el famoso lema que todavía identifica orgullosa a la UNAM, lema que expresa de manera contundente la absoluta confianza en la raza (cósmica) como portavoz del espíritu (del mundo): «Por mi raza hablará el espíritu». (La Universidad Nacional Autónoma de Durango, fundada en 1957, adoptó el mismo lema: «Por mi raza hablará el espíritu»; y como en 1995 la Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas adoptó como lema: «Por la cultura de mi raza», cabría sospechar que el espíritu ya esté hablando a la raza través de la cultura.) En las páginas oficiales de la Universidad Nacional Autónoma de México puede leerse:

«Escudo de la UNAM. Durante su rectorado, José Vasconcelos dotó a la Universidad de su actual escudo en el cual el águila mexicana y el cóndor andino, cual ave bicéfala, protegen el despliegue del mapa de América Latina, desde la frontera norte de México hasta el Cabo de Hornos, plasmando la unificación de los iberoamericanos: 'Nuestro continente nuevo y antiguo, predestinado a contener una raza quinta, la raza cósmica, en la cual se fundirán las dispersas y se consumará la unidad.'

Lema de la UNAM. El lema que anima a la Universidad Nacional, Por mi raza hablará el espíritu, revela la vocación humanística con la que fue concebida. El autor de esta célebre frase, José Vasconcelos, asumió la rectoría en 1920, en una época en que las esperanzas de la Revolución aún estaban vivas, había una gran fe en la Patria y el ánimo redentor se extendía en el ambiente. Se 'significa en este lema la convicción de que la raza nuestra elaborará una cultura de tendencias nuevas, de esencia espiritual y libérrima', explicó el Maestro de América al presentar la propuesta. Más tarde, precisaría: 'Imaginé así el escudo universitario que presenté al Consejo, toscamente y con una leyenda: Por mi raza hablará el espíritu, pretendiendo significar que despertábamos de una larga noche de opresión.'

Himno de la UNAM. A través de la música, los propios universitarios han exaltado los valores y el orgullo de pertenecer a la Máxima Casa de Estudios. El Canto a la Universidad, escrito por Romeo Manrique de Lara y musicalizado por Manuel M. Bermejo, fue declarado himno oficial de la Universidad por el Rector Nabor Carrillo (1953-1961) y está escrito para ser cantado por un coro de maestros y alumnos: 'Universidad Universidad / Por mi raza el espíritu hablará / Por mi raza el espíritu hablará / (Maestros) / En el lema que adoptamos / Para nuestro laborar / El afán así expresamos: / Estudiar para enseñar / Somos los educadores / Nos anima el ideal / De encender los resplandores / Del camino sin fanal / Ser para los demás / Lo suyo a todos dar / Sabiendo para prever / Previniendo para obrar / (Alumnos) / En nosotros reside el anhelo / De alcanzar la verdad y el saber / Nuestras alas presienten el vuelo / De la ciencia, el amor y el deber / Que nos guíe la voz del maestro / A alcanzar el sublime ideal / Y un mañana de luz será nuestro / De la patria diadema triunfal / Universidad Universidad / Por mi raza el espíritu hablará / Por mi raza el espíritu hablará.» [agosto 2004]

José Vasconcelos Calderón en 1914

En 1925 publicó las 'Notas de unos viajes a la América del Sur' (Brasil, Uruguay, Argentina y Chile) antecedidas por un prólogo que da nombre a uno de sus libros más difundidos e influyentes: La Raza Cósmica, misión de la raza iberoamericana (publicado inicialmente por la Agencia Mundial de Librería, en Madrid). Parte Vasconcelos de la pugna feroz desde los primeros tiempos del descubrimiento y la conquista entre castellanos y británicos, entre el español y el inglés, latinidad contra sajonismo. Los yanquis serán el último imperio de una sola raza: el imperio final del poderío blanco, y el destino llevará a la raza mixta que habita el continente iberoamericano «a convertirse en la primera raza síntesis del globo», la raza cósmica, «que llenará el planeta con los triunfos de la primera cultura verdaderamente universal, verdaderamente cósmica». La decadencia del imperio español se habría producido por «una serie de monarcas extranjeros necios de remate como Carlos V, el César de oropel; perversos y degenerados como Felipe II; imbéciles como los Carlos de los otros números, tan justicieramente pintados por Velázquez en compañía de enanos, bufones y cortesanos, consumaron el desastre de la administración colonial» (frase que en la reedición del libro en 1948 se modera un poco: «una serie de monarcas extranjeros, tan justicieramente pintados por Velázquez y Goya, en compañía de enanos, bufones y cortesanos, consumaron el desastre de la administración colonial»), y «la estupidez napoleónica fue causa de que la Luisiana se entregara a los ingleses del otro lado del mar, a los yanquis, con lo que se decidió en favor del sajón la suerte del Nuevo Mundo», «la tontería napoleónica no pudo sospechar que era en el Nuevo Mundo donde iba a decidirse el destino de las razas de Europa, y al destruir de la manera más inconsciente el poderío francés de la América debilitó también a los españoles; nos traicionó, nos puso a merced del enemigo común. Sin Napoleón no existirían los Estados Unidos como Imperio Mundial».

Pero la colonización española creó el mestizaje y «esto señala su carácter, fija su responsabilidad y define su porvenir». Las cuatro razas de las que habla: la Blanca, la Negra, la Amarilla y la Roja (que es la americana, procedente nada menos que de la Atlántida y extendida de manera todavía más fantástica, Wegener por medio, en increíbles anacronismos ante los que Vasconcelos ni se inmuta) se irán mezclando sabiamente hasta producir la raza cósmica, pues serán «las leyes de la emoción, la belleza y la alegría» las que determinen los cruces, «con un resultado infinitamente superior al de esa eugénica fundada en la razón científica, que nunca mira más que la porción menos importante del suceso amoroso. Por encima de la eugénica científica prevalecerá la eugénica misteriosa del gusto estético» (esperamos que el libro de Vasconcelos no esté traducido al chino: «...no es justo que pueblos como el chino, que bajo el santo consejo de la moral confuciana se multiplican como los ratones, vengan a degradar la condición humana, justamente en los instantes en que comenzamos a comprender que la inteligencia sirve para refrenar y regular bajos instintos zoológicos»). También chirrían hoy bastante las consideraciones de Vasconcelos sobre la raza negra:

«Los norteamericanos se mantienen muy firmes en su resolución de mantener pura su estirpe, pero eso depende de que tienen delante al negro, que es como el otro polo, como el contrario de los elementos que pueden mezclarse. En el mundo iberoamericano, el problema no se presenta con caracteres tan crudos; [25] tenemos poquísimos negros y la mayor parte de ellos se han ido transformando ya en poblaciones mulatas. El indio es buen puente de mestizaje. (...) Actualmente, en parte por hipocresía y en parte porque las uniones se verifican entre personas miserables dentro de un medio desventurado, vemos con profundo horror el casamiento de una negra con un blanco; no sentiríamos repugnancia alguna si se tratara del enlace de un Apolo negro con una Venus rubia, lo que prueba que todo lo santifica la belleza. En cambio, es repugnante mirar esas parejas de casados que salen a diario de los Juzgados o los templos, feas en una proporción, más o menos, del noventa por ciento de los contrayentes. El mundo está así lleno de fealdad a causa de nuestros vicios, nuestros prejuicios y nuestra miseria. (...) Los tipos bajos de la especie serán absorbidos por el tipo superior. De esta suerte podría redimirse, por ejemplo, el negro, y poco a poco, por extinción voluntaria, las estirpes más feas irán cediendo el paso a las más hermosas. Las razas inferiores, al educarse, se harían [31] menos prolíficas, y los mejores especímenes irán ascendiendo en una escala de mejoramiento étnico, cuyo tipo máximo no es precisamente el blanco, sino esa nueva raza, a la que el mismo blanco tendrá que aspirar con el objeto de conquistar la síntesis. El indio, por medio del injerto en la raza afín, daría el salto de los millares de años que median de la Atlántida a nuestra época, y en unas cuantas décadas de eugenesia estética podría desaparecer el negro junto con los tipos que el libre instinto de hermosura vaya señalando como fundamentalmente recesivos e indignos, por lo mismo, de perpetuación. Se operaría en esta forma una selección por el gusto, mucho más eficaz que la brutal selección darwiniana, que sólo es válida, si acaso, para las especies inferiores, pero ya no para el hombre.» (José Vasconcelos, La Raza Cósmica, 1925.)

Después de que el espíritu marcó el paso de la oca, sopló en los hornos crematorios y culminó su obra en la shoah, José Vasconcelos terminó por hacerse de la Orden Tercera de los franciscanos y anunció que repudiaba cuanto hubiese escrito en contra de las doctrinas católicas. Al parecer, incluso en 1952, en unas declaraciones a la prensa, llegó a afirmar que lo que él había querido decir es «Por mi raza hablará el Espíritu Santo» (creyendo, sin duda, que así arreglaba algo las cosas...).

Prólogo a la edición de 1948 de La Raza Cósmica. Misión de la raza iberoamericana

«La tesis central del presente libro que las distintas razas del mundo tienden a mezclarse cada vez más, hasta formar un nuevo tipo humano, compuesto con la selección de cada uno de los pueblos existentes. Se publicó por primera vez tal presagio en la época en que prevalecía en el mundo científico la doctrina darwinista de la selección natural que salva a los aptos, condena a los débiles; doctrina que, llevada al terreno social por Gobineau, dio origen a la teoría del ario puro, defendida por los ingleses, llevada a imposición aberrante por el nazismo.

Contra esta teoría surgieron en Francia biólogos como Leclerc du Sablon y Noüy, que interpretan la evolución en forma diversa del darwinismo, acaso opuesta al darwinismo. Por su parte, los hechos sociales de los últimos años, muy particularmente el fracaso de la última gran guerra, que a todos dejó disgustados, cuando no arruinados, han determinado una corriente de doctrinas más humanas. Y se da el caso de que aún darwinistas distinguidos viejos sostenedores del espencerianismo, que desdeñaban a las razas de color y a las mestizas, militan hoy en asociaciones internacionales que, como la Unesco, proclaman la necesidad de abolir toda discriminación racial y de educar a todos los hombres en la igualdad, lo que no es otra cosa que la vieja doctrina católica que afirmó la actitud del indio para los sacramentos y por lo mismo su derecho de casarse con blanca o con amarilla.

Vuelve, pues, la doctrina política reinante a reconocer la legitimidad de los mestizajes y con ello sienta las bases de una fusión interracial reconocida por el Derecho. Si a esto se añade que las comunicaciones modernas tienden a suprimir las barreras geográficas y que la educación generalizada contribuirá a elevar el nivel económico de todos los hombres, se comprenderá que lentamente irán desapareciendo los obstáculos para la fusión acelerada de las estirpes.

Las circunstancias actuales favorecen, en consecuencia, el desarrollo de las relaciones sexuales internacionales, lo que presta apoyo inesperado a la tesis que, a falta de nombre mejor, titulé: de la Raza Cósmica futura.

Queda, sin embargo, por averiguar si la mezcla ilimitada e inevitable es un hecho ventajoso para el incremento de la cultura o si, al contrario, ha de producir decadencias, que ahora ya no sólo serían nacionales, sino mundiales. Problema que revive la pregunta que se ha hecho a menudo el mestizo: "¿Puede compararse mi aportación a la cultura con la obra de las raza relativamente puras que han hecho la historia hasta nuestros días, los griegos, los romanos, los europeos?" Y dentro de cada pueblo, ¿cómo se comparan los periodos de mestizaje con los periodos de homogeneidad racial creadora?

A fin de no extendernos demasiado, nos limitaremos a observar algunos ejemplos.

Comenzando por la raza más antigua de la Historia, la de los egipcios, observaciones recientes han demostrado que fue la egipcia una civilización que avanzó de sur a norte, desde el Alto Nilo al Mediterráneo. Una raza bastante blanca y relativamente homogénea creo en torno de Luxor un primer gran imperio floreciente. Guerras y conquistas debilitaron aquel imperio y lo pusieron a merced de la penetración negra, pero el avance hacia el norte no se interrumpió. Sin embargo, durante una etapa de varios siglos, la decadencia de la cultura fue evidente. Se presume, entonces, que ya para la época del segundo imperio se había formado una raza nueva, mestiza, con caracteres mezclados de blanco y de negro, que es la que produce el segundo imperio, más avanzado y floreciente que el primero. La etapa en que se construyeron las pirámides, y en que la civilización egipcia alcanza su cumbre, es una etapa mestiza.

Los historiadores griegos están hoy de acuerdo en que la edad de oro de la cultura helénica aparece como el resultado de una mezcla de razas, en la cual, sin embargo, no se presenta el contraste del negro y el blanco, sino que más bien se trata de una mezcla de razas de color claro. Sin embargo, hubo mezcla de linajes y de corrientes.

La civilización griega decae al extenderse el Imperio con Alejandro y esto facilita la conquista romana. En las tropas de Julio César ya se advierte el nuevo mestizaje romano de galos, españoles, británicos y aun germanos, que colaboran en las hazañas del Imperio y convierten a Roma en centro cosmopolita. Sabido es que hubo emperadores de sangre hispano-romana. De todas maneras, los contrastes no eran violentos, ya que la mezcla en lo esencial era de razas europeas.

Las invasiones de los bárbaros, al mezclarse con los aborígenes, galos, hispanos, celtas, toscanos, producen las nacionalidades europeas, que han sido la fuente de la cultura moderna.

Pasando al Nuevo Mundo, vemos que la poderosa nación estadounidense no has sido otra cosa que crisol de razas europeas. Los negros, en realidad, se han mantenido aparte en lo que hace a la creación del poderío, sin que deje de tener importancia la penetración espiritual que han consumado a través de la música, el baile y no pocos aspectos de las sensibilidad artística.

Después de los Estados Unidos, la nación de más vigoroso empuje es la República Argentina, en donde se repite el caso de una mezcla de razas afines, todas de origen europeo, con predominio de tipo mediterráneo; el revés de los Estados Unidos, en donde predomina el nórdico.

Resulta entonces fácil afirmar que es fecunda la mezcla de los linajes similares y que es dudosa la mezcla de tipos muy distantes, según ocurrió en el trato de españoles y de indígenas americanos. El atraso de los pueblos hispanoamericanos, donde predomina el elemento indígena, es difícil de explicar, como no sea remontándonos al primer ejemplo citado de la civilización egipcia. Sucede que el mestizaje de factores muy disímiles tarda mucho tiempo en plasmar. Entre nosotros, el mestizaje se suspendió antes de que acabase de estar formado el tipo racial, con motivo de la exclusión de los españoles, decretada con posterioridad a la independencia. En pueblos como Ecuador o el Perú, la pobreza del terreno, además de los motivos políticos, contuvo la inmigración española.

En todo caso, la conclusión más optimista que se puede derivar de los hechos observados es que aun los mestizajes más contradictorios pueden resolverse benéficamente siempre que el factor espiritual contribuya a levantarlos. En efecto, la decadencia de los pueblos asiáticos es atribuible a su aislamiento, pero también, y sin duda, en primer término, al hecho de que no han sido cristianizados. Una religión como la cristiana hizo avanzar a los indios americanos, en pocas centuria, desde el canibalismo hasta la relativa civilización.»

orientacion pedagogica de jose vasconcelos

1. La cruzada vasconcelista. La educación como recurso fundamental para alcanzar la identidad nacional Contenido

José Vasconcelos, quien desde su infancia se caracterizó por su intensidad por vivir, cuestionó, enfrentó y derrumbó, ya en su juventud, a la llamada "Generación del Centenario", que impulsaba el gradualismo positivista y el racionalismo. Esta inquietud la compartía con la "Generación del 15", de la que posteriormente se distanció al disentir sobre los ritmos que debía guardar el cambio social y los actores que debían protagonizarlo.

Vasconcelos estaba convencido de que la educación constituía un elemento de liberación humana y que, a su vez, generaba la libertad de creencias. Pluralista por convicción, cualquier pensamiento monolítico le resultaba reduccionista; hiperactivo, concebía al individuo propenso a la acción y, por lo tanto, como un ente que no requería de estímulos externos utilitaristas para actuar. A partir de estas consideraciones, para Vasconcelos educar significaba enseñar los valores humanos con los cuales la actividad conduce a la superación. Su proyecto educativo rescataba al pueblo de la inacción intelectual, generada a lo largo de los años de humillación en los que habían sido obligados a no actuar, y lo redimía permitiéndole aumentar su confianza e identidad, mediante el orden y la disciplina.

El planteamiento vasconcelista fue de carácter universal, porque confrontaba y conciliaba a nuestra Nación con el mundo a partir de su concepción iberoamericana. Como muchos de nuestros intelectuales, Vasconcelos fue amante del libre pensamiento, sabía que a partir del libre ejercicio intelectual se recuperarían nuestras raíces y se descubriría la esencia de nuestra identidad nacional. Para él, la fuerza del país estaba en su origen y no en sus afanes guerreristas, en la cultura y no en las armas, consideraba que la nación se asemejaba más a una roca que a un aerolito.

La educación debía fomentar los vínculos sociales, en tanto instrumento que fortaleciera la solidaridad entre los mexicanos; vería a la industrialización sólo como un medio para promover el bienestar; haría de la ciencia, la cultura y la tecnología una herramienta para consolidar la Nación; aumentaría los conocimientos geográficos, antropológicos y la complejidad social del país para acrecentar con ello la conciencia sobre la importancia de la identidad nacional. Había que mexicanizar el saber y aprender a ver el mundo desde una perspectiva propia de los mexicanos.

La escuela como resumen de la humanidad era, para Vasconcelos, la instancia donde la educación se orientaba hacia el saber, no tanto para descubrir y ascender al poder, sino un instrumento para que el hombre lo pudiera hacer. Alcanzar esta meta era posible gracias a que el conocimiento es la conciencia del ser, cada generación se levantaba en los hombros del conocimiento que le aporta la generación anterior y el saber enriquecía conciencias. Sin embargo, lograr esta síntesis humana no podía improvisarse, el niño debía aprender con disciplina e imaginación a partir del conocimiento de las grandes preocupaciones sociales de la humanidad.

La labor institucional de Vasconcelos, impulsada con el establecimiento de la Secretaría de Educación Pública (SEP), concentró los esfuerzos educativos de la Revolución y les dio una orientación reconstructora. La educación debía ir a los marginados, estar guiada por preocupaciones democráticas. Su deber ser consistía en formar hombres con confianza en sí mismos, que emplearan su energía sobrante en el bien de los demás. Para la visión vasconcelista, la pobreza y la ignorancia son los mayores enemigos del progreso, resolverlos precisaba de la educación para subsanar tan grandes males.

Por ello, en un país caracterizado por su heterogeneidad social, la educación debía construir, promover y difundir una identidad tejida con el contacto entre España y la América precolombina. Para nuestro "Ulises Criollo", el mestizaje era la esencia de la hispanidad hasta en la misma España que, por cierto, nunca fue un país monoétnico sino de múltiples razas, aunque por mucho tiempo no llegase a ser aceptada esta pluralidad.

Para Vasconcelos la educación no era sólo una ciencia, había que sumarle un carácter normativo, de ahí sus semejanzas con la ética o la política. Al igual que éstas, consideraba que exigía una relación racional entre fines y medios para alcanzarlos, un vínculo entre el ideal y su consecución.

El objetivo final del sistema educativo de Vasconcelos radicaba en transformar la realidad en todas sus manifestaciones. Para ello, era necesario combatir la opresión que durante siglos había pesado sobre el mexicano porque le impedía cristalizar sus esfuerzos en favor de la actividad productiva e imaginativa, hacia un uso placentero de su ocio que evitara su hundimiento en la pereza.

La escuela bajo la concepción vasconcelista, guiada por valores de equidad y de distribución de la riqueza, era un instrumento de liberación humana para todos y no como prerrogativa exclusiva de una minoría. Con esta convicción el ministro de Educación pugnaba por vincular el plantel escolar con la vida; promover desde este sitio el desarrollo pleno de la población; en fin, esta institución educativa era el centro del desarrollo cultural de una sociedad en busca de su integración como Nación.

La visión de Vasconcelos se fundamentaba en una cosmovisión universal de la naturaleza humana y en una teoría educativa normativa amparada en una concepción plural en el conocimiento como instrumento y no como un fin para la satisfacción de las necesidades humanas.

Para Vasconcelos, era imperativo alimentar la identidad nacional del México revolucionario, para hacerlo democrático e hispanoamericano. Por eso, la SEP no fue concebida como una instancia burocrática más, sino como la correa de transmisión entre una sociedad y una forma de Estado que tenían en ese momento la oportunidad de reconstruirse o inventarse.

Como titular de este ministerio, Vasconcelos se caracterizó por la prisa para educar (quizá desde entonces data el estigma por hacer las cosas rápido en materia educativa). Para ello, movió a la sociedad a partir de la recuperación de nuestro pasado y de la historia universal; hizo de cada maestro un misionero cultural, un apóstol de la nueva palabra educativa, un protagonista de la integración nacional del país que, en la práctica, conocía y sembraba la semilla de una nueva conciencia nacional.

En resumen la importancia del proyecto vasconcelista estriba en su concepción de que la educación debe consolidar a la Nación, incrementar los lazos de solidaridad entre los mexicanos. Si bien en México ha prevalecido una injusta distribución de la riqueza y del ingreso, resultaba más lastimoso y lamentable que existiera una exagerada concentración del conocimiento en unas cuantas cabezas. Así, con la educación como herramienta, Vasconcelos y sus contemporáneos sentarían las bases para el desarrollo ulterior del México revolucionario.

UNESCO JAIME TORRES BODET

Cuando las circunstancias nos lleva a reflexionar acerca de la obra de algún coetáneo, nos desconcierta el tener que situarlo en la perspectiva histórica, apenas esbozada todavía, y trunca; de parecida manera, en la playa, desconcertaba el protagonista de L'ecornifleur (el gorrón) -novela de Jules Renard- su dificultad para ponerse "al nivel de la mar". En el caso de don Jaime Torres Bodet todo un libro de 170 páginas, escrito por quince especialistas, ha sido necesario para exponer sus múltiples actividades; ¡y es solamente un compendio!
Acertó el Dr. Gabriel Méndez Plancarte cuando le llamó "Don Jaime", al modo como al comenzar el siglo llamaron "Don Justo" al gran Subsecretario de Instrucción Pública que dio impulso, antes sin par en nuestra historia, a la enseñanza y a las Bellas Artes. La cruzada nacional de alfabetización emprendida en 1944 por Don Jaime hizo ver que la educación ha de empezar por el principio, y éste es que todos los mexicanos sepan leer y escribir; tarea sin término. Don Jaime facilitó a los alfabetizados el acceso a la cultura mediante los folletos de la "Biblioteca Enciclopédica Popular". Fundó el Instituto Federal de Capacitación de Maestros para resolver el problema de aquellos cuya competencia profesional no alcanzaba la altura de su abnegación. Estableció organismos técnicos cuya necesidad se hacía sentir. Implantó el Libro de Texto Gratuito, que tanto ha ayudado a la clase social más necesitada de enseñanza y estímulo. Y en vísperas de terminar su segundo encargo como Secretario de Educación Pública fueron inaugurados el Museo de Arte Moderno y el de Antropología, pasmo de los visitantes. Menos notoria pero no menos brillante fue su actividad en la Secretaria de Relaciones Exteriores, como Subsecretario y como titular. Culminación de ella fue su actuación -eficazmente secundada por los doctos colaboradores que supo escoger- en la IX Conferencia Internacional Americana, reunida en Bogotá en 1948; sin mengua de acción común. La de México fue decisiva para transformar la ya anacrónica Unión Panamericana en la Organización de los Estados Americanos, de espíritu democrático. Un año antes, en la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente, celebrada en Quitandihna, Brasil, Don Jaime dijo con gráfica imagen que armar a los países iberoamericanos contra una eventual agresión extracontinental, sin aumentar la cooperación económica indispensable para su desarrollo, haría de muchos de ellos "inválidos con coraza". El reconocimiento de sus méritos ha sido mundial. Siete universidades extranjeras y cuatro mexicanas le han conferido el doctorado honoris causa. La Academia Francesa de Bellas Artes le eligió miembro extranjero, distinción preciada pues sólo son diez los académicos de esa categoría. En noviembre de 1948 fue electo Director de la UNESCO; inició el Plan de Educación Fundamental, buscó la cooperación entre los países occidentales, desarrolló muchos útiles proyectos; y con valor cívico declaró que la obra pacifista mediante la educación, la ciencia y la cultura, encomendada a la UNESCO sería insuficiente si las naciones regateaban los recursos indispensables. Ante la categoría que disminuyó el presupuesto, comprometiendo la ejecución del programa de trabajos, siguió el camino que la dignidad marcaba: dimitió en noviembre de 1952. Que al margen de su absorbente actividad pública como funcionario y educador haya logrado realizar una brillante obra como escritor, demuestra que esto último es lo fundamental de su personalidad: gran escritor, con cuanto ello connota de vastos conocimientos, percepción rápida y lúcida, sagacidad para el análisis, criterio seguro para la síntesis, gusto por la creación literaria bien conocida y ejecutada. Sus magníficos discursos, donde la forma elegante es vehículo de recta doctrina y nobles pensamientos, obedecen a la ineludible necesidad de exponer propósitos, explicar realizaciones y dar a conocer lo muchísimo que ha de hacerse, para estimular así la ayuda que todos han de prestar, aunque ésta, por parte de los más, sólo sea de sentimiento. Su clara comprensión de los problemas le orienta hacia las soluciones adecuadas. Activo siempre, atento a "lo que hay que hacer", lo hace sin demora, aprovechando -como lo aconsejaba Horacio- los días, lo que vale por decir: cada hora y cada momento. Esto con energía ejemplar: herido en un accidente, casi inválido para moverse escribió la mayor parte de su libro sobre Rubén Darío, dado a conocer en aplaudidas conferencias sustentadas en EL Colegio Nacional. Cuando se publique, no será uno más en la extensa bibliografía acerca del genial nicaragüense: será "el libro" sobre Darío, porque paralelamente a la biografía es analizada la obra, lo uno y lo otro con seguro y sagacísimo criterio apoyado en amplia documentación, norma seguida en sus libros análogos: Tres inventores de realidad (1955), Balzac (1959), Maestros venecianos (1961), Tolstoi (1965). Lo completará, en volumen aparte, una antología, establecida con certero gusto. La cosecha poética de su madurez, ajena a modas, está impregnada de eternidad porque la inspiran sentimientos inherentes a nuestra naturaleza. Los más hondos de esos poemas tienen por semilla la fragilidad de la vida, el enigma de su porqué, el del dolor, el misterio de la creación poética, la hermosura del mundo; acaso los más conmovedores sean los que dan voz a un sentimiento universal: el amor filial. En todos la emoción es comunicativa porque algo de los sentimientos propios halla en ellos cualquier ser humano; halla, sobre todo, el orgullo de serlo, si débil, desamparado y vulnerable, a la vez fuerte por su voluntad, protegido por sus concepciones mentales e inmune a cuanto su espíritu rechace. Sobre las ideologías contradictorias, para Don Jaime lo importante es "lo humano", cualquiera que sea su origen. Con plena conciencia de ello ha dicho: "La verdad no admite exclusivas ni consiente fronteras. El destino del hombre es una responsabilidad universal". Y proclama: "Ser hombres, con todo lo que supone de rebeldía, de valor y de fe el oficio de hombre". Por eso es justo llamarle "humanista", no en el sentido estricto y anticuado de ese vocablo, sino en el de hoy en el amplísimo y generoso de investigador y defensor de cuanto a la persona concierne. Su obra de escritor será durable. En sus discursos los pósteros hallarán normas de conducta para actuar en bien de México y en pro de la concordia universal; en sus estudios biográficos y críticos tendrán insuperables modelos de análisis penetrante y valoración justa; en sus poemas y en sus novelas gustarán la armonía entre el pensamiento y la forma. Y comprobarán que, estadista y diplomático, poeta y prosista, educador y humanista, Don Jaime Torres Bodet ha sido siempre fiel a su precepto: "Ante todo hay que ser genuino".