Ensayista,
ideólogo y político mexicano, nacido en Oaxaca el 28 de febrero de 1882, que
influyó notablemente en la definición de un iberoamericanismo basado en el
mestizaje, a partir del cual se conformaría la raza cósmica, raza que estaría
llamada, en no mucho tiempo, a ser depositaria del espíritu del
mundo.
Empapado sin
duda en las creencias alucinadas difundidas por Helena Petrovna Blavatsky y toda
su corte de propagandistas teósofos [«las siete Razas de la Humanidad», «los
siete Elementos Cósmicos», la Atlántida perdida habitada por la raza madre, la
noble raza aria, el antidarwinismo, &c.] –ya al comienzo del nuevo siglo,
escribe Vasconcelos I:436, «con pretensiones de investigador científico abordé
el estudio de los fenómenos espíritas comenzando con Mesmer y rematando con
Allan Kardek, cuyos libros consulté en la Biblioteca Nacional»–, contagiado
también del mismo idealismo que había embriagado a Hegel y a Fichte, admirador
de Nietzsche y de Schopenhauer («Schopenhauer, ¡cuánto debo a tu fuerte
pensamiento!», exclama Vasconcelos), tras la derrota de Alemania en la Gran
Guerra, en plena decadencia de occidente spengleriana, supuso que el espíritu,
que parecía se estaba cansando de actuar a través de la raza aria [aunque
todavía faltaban los coletazos nazis...] se asentaría pronto en la quinta raza,
la raza cósmica, una raza que habría de surgir de entre quienes venían
celebrando desde 1913, en español y no en alemán, la Fiesta de la
Raza.
Fue al
parecer José Vasconcelos precisamente el inductor de que durante el régimen del
presidente Alvaro Obregón adoptase México oficialmente esa celebración del doce
de octubre. Nombrado en 1920 rector de la Universidad Nacional de México, antes
de pasar a ocuparse al año siguiente de la Instrucción Pública de Méjico,
propuso José Vasconcelos, y fue aceptado, el famoso lema que todavía identifica
orgullosa a la UNAM, lema que expresa de manera contundente la absoluta
confianza en la raza (cósmica) como portavoz del espíritu (del mundo): «Por mi
raza hablará el espíritu». (La Universidad Nacional Autónoma de Durango, fundada
en 1957, adoptó el mismo lema: «Por mi raza hablará el espíritu»; y como en 1995
la Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas adoptó como lema: «Por
la cultura de mi raza», cabría sospechar que el espíritu ya esté hablando a la
raza través de la cultura.) En las páginas oficiales de la Universidad Nacional
Autónoma de México puede leerse:
«Escudo de
la UNAM. Durante su rectorado, José Vasconcelos dotó a la Universidad de su
actual escudo en el cual el águila mexicana y el cóndor andino, cual ave
bicéfala, protegen el despliegue del mapa de América Latina, desde la frontera
norte de México hasta el Cabo de Hornos, plasmando la unificación de los
iberoamericanos: 'Nuestro continente nuevo y antiguo, predestinado a contener
una raza quinta, la raza cósmica, en la cual se fundirán las dispersas y se
consumará la unidad.'
Lema de la
UNAM. El lema que anima a la Universidad Nacional, Por mi raza hablará el
espíritu, revela la vocación humanística con la que fue concebida. El autor de
esta célebre frase, José Vasconcelos, asumió la rectoría en 1920, en una época
en que las esperanzas de la Revolución aún estaban vivas, había una gran fe en
la Patria y el ánimo redentor se extendía en el ambiente. Se 'significa en este
lema la convicción de que la raza nuestra elaborará una cultura de tendencias
nuevas, de esencia espiritual y libérrima', explicó el Maestro de América al
presentar la propuesta. Más tarde, precisaría: 'Imaginé así el escudo
universitario que presenté al Consejo, toscamente y con una leyenda: Por mi raza
hablará el espíritu, pretendiendo significar que despertábamos de una larga
noche de opresión.'
Himno de la
UNAM. A través de la música, los propios universitarios han exaltado los valores
y el orgullo de pertenecer a la Máxima Casa de Estudios. El Canto a la
Universidad, escrito por Romeo Manrique de Lara y musicalizado por Manuel M.
Bermejo, fue declarado himno oficial de la Universidad por el Rector Nabor
Carrillo (1953-1961) y está escrito para ser cantado por un coro de maestros y
alumnos: 'Universidad Universidad / Por mi raza el espíritu hablará / Por mi
raza el espíritu hablará / (Maestros) / En el lema que adoptamos / Para nuestro
laborar / El afán así expresamos: / Estudiar para enseñar / Somos los educadores
/ Nos anima el ideal / De encender los resplandores / Del camino sin fanal / Ser
para los demás / Lo suyo a todos dar / Sabiendo para prever / Previniendo para
obrar / (Alumnos) / En nosotros reside el anhelo / De alcanzar la verdad y el
saber / Nuestras alas presienten el vuelo / De la ciencia, el amor y el deber /
Que nos guíe la voz del maestro / A alcanzar el sublime ideal / Y un mañana de
luz será nuestro / De la patria diadema triunfal / Universidad Universidad / Por
mi raza el espíritu hablará / Por mi raza el espíritu hablará.» [agosto
2004]
José
Vasconcelos Calderón en 1914
En 1925
publicó las 'Notas de unos viajes a la América del Sur' (Brasil, Uruguay,
Argentina y Chile) antecedidas por un prólogo que da nombre a uno de sus libros
más difundidos e influyentes: La Raza Cósmica, misión de la raza iberoamericana
(publicado inicialmente por la Agencia Mundial de Librería, en Madrid). Parte
Vasconcelos de la pugna feroz desde los primeros tiempos del descubrimiento y la
conquista entre castellanos y británicos, entre el español y el inglés,
latinidad contra sajonismo. Los yanquis serán el último imperio de una sola
raza: el imperio final del poderío blanco, y el destino llevará a la raza mixta
que habita el continente iberoamericano «a convertirse en la primera raza
síntesis del globo», la raza cósmica, «que llenará el planeta con los triunfos
de la primera cultura verdaderamente universal, verdaderamente cósmica». La
decadencia del imperio español se habría producido por «una serie de monarcas
extranjeros necios de remate como Carlos V, el César de oropel; perversos y
degenerados como Felipe II; imbéciles como los Carlos de los otros números, tan
justicieramente pintados por Velázquez en compañía de enanos, bufones y
cortesanos, consumaron el desastre de la administración colonial» (frase que en
la reedición del libro en 1948 se modera un poco: «una serie de monarcas
extranjeros, tan justicieramente pintados por Velázquez y Goya, en compañía de
enanos, bufones y cortesanos, consumaron el desastre de la administración
colonial»), y «la estupidez napoleónica fue causa de que la Luisiana se
entregara a los ingleses del otro lado del mar, a los yanquis, con lo que se
decidió en favor del sajón la suerte del Nuevo Mundo», «la tontería napoleónica
no pudo sospechar que era en el Nuevo Mundo donde iba a decidirse el destino de
las razas de Europa, y al destruir de la manera más inconsciente el poderío
francés de la América debilitó también a los españoles; nos traicionó, nos puso
a merced del enemigo común. Sin Napoleón no existirían los Estados Unidos como
Imperio Mundial».
Pero la
colonización española creó el mestizaje y «esto señala su carácter, fija su
responsabilidad y define su porvenir». Las cuatro razas de las que habla: la
Blanca, la Negra, la Amarilla y la Roja (que es la americana, procedente nada
menos que de la Atlántida y extendida de manera todavía más fantástica, Wegener
por medio, en increíbles anacronismos ante los que Vasconcelos ni se inmuta) se
irán mezclando sabiamente hasta producir la raza cósmica, pues serán «las leyes
de la emoción, la belleza y la alegría» las que determinen los cruces, «con un
resultado infinitamente superior al de esa eugénica fundada en la razón
científica, que nunca mira más que la porción menos importante del suceso
amoroso. Por encima de la eugénica científica prevalecerá la eugénica misteriosa
del gusto estético» (esperamos que el libro de Vasconcelos no esté traducido al
chino: «...no es justo que pueblos como el chino, que bajo el santo consejo de
la moral confuciana se multiplican como los ratones, vengan a degradar la
condición humana, justamente en los instantes en que comenzamos a comprender que
la inteligencia sirve para refrenar y regular bajos instintos zoológicos»).
También chirrían hoy bastante las consideraciones de Vasconcelos sobre la raza
negra:
«Los norteamericanos se
mantienen muy firmes en su resolución de mantener pura su estirpe, pero eso
depende de que tienen delante al negro, que es como el otro polo, como el
contrario de los elementos que pueden mezclarse. En el mundo iberoamericano, el
problema no se presenta con caracteres tan crudos; [25] tenemos poquísimos
negros y la mayor parte de ellos se han ido transformando ya en poblaciones
mulatas. El indio es buen puente de mestizaje. (...) Actualmente, en parte por
hipocresía y en parte porque las uniones se verifican entre personas miserables
dentro de un medio desventurado, vemos con profundo horror el casamiento de una
negra con un blanco; no sentiríamos repugnancia alguna si se tratara del enlace
de un Apolo negro con una Venus rubia, lo que prueba que todo lo santifica la
belleza. En cambio, es repugnante mirar esas parejas de casados que salen a
diario de los Juzgados o los templos, feas en una proporción, más o menos, del
noventa por ciento de los contrayentes. El mundo está así lleno de fealdad a
causa de nuestros vicios, nuestros prejuicios y nuestra miseria. (...) Los tipos
bajos de la especie serán absorbidos por el tipo superior. De esta suerte podría
redimirse, por ejemplo, el negro, y poco a poco, por extinción voluntaria, las
estirpes más feas irán cediendo el paso a las más hermosas. Las razas
inferiores, al educarse, se harían [31] menos prolíficas, y los mejores
especímenes irán ascendiendo en una escala de mejoramiento étnico, cuyo tipo
máximo no es precisamente el blanco, sino esa nueva raza, a la que el mismo
blanco tendrá que aspirar con el objeto de conquistar la síntesis. El indio, por
medio del injerto en la raza afín, daría el salto de los millares de años que
median de la Atlántida a nuestra época, y en unas cuantas décadas de eugenesia
estética podría desaparecer el negro junto con los tipos que el libre instinto
de hermosura vaya señalando como fundamentalmente recesivos e indignos, por lo
mismo, de perpetuación. Se operaría en esta forma una selección por el gusto,
mucho más eficaz que la brutal selección darwiniana, que sólo es válida, si
acaso, para las especies inferiores, pero ya no para el hombre.» (José
Vasconcelos, La Raza Cósmica, 1925.)
Después de
que el espíritu marcó el paso de la oca, sopló en los hornos crematorios y
culminó su obra en la shoah, José Vasconcelos terminó por hacerse de la Orden
Tercera de los franciscanos y anunció que repudiaba cuanto hubiese escrito en
contra de las doctrinas católicas. Al parecer, incluso en 1952, en unas
declaraciones a la prensa, llegó a afirmar que lo que él había querido decir es
«Por mi raza hablará el Espíritu Santo» (creyendo, sin duda, que así arreglaba
algo las cosas...).
Prólogo a la
edición de 1948 de La Raza Cósmica. Misión de la raza
iberoamericana
«La tesis
central del presente libro que las distintas razas del mundo tienden a mezclarse
cada vez más, hasta formar un nuevo tipo humano, compuesto con la selección de
cada uno de los pueblos existentes. Se publicó por primera vez tal presagio en
la época en que prevalecía en el mundo científico la doctrina darwinista de la
selección natural que salva a los aptos, condena a los débiles; doctrina que,
llevada al terreno social por Gobineau, dio origen a la teoría del ario puro,
defendida por los ingleses, llevada a imposición aberrante por el
nazismo.
Contra esta
teoría surgieron en Francia biólogos como Leclerc du Sablon y Noüy, que
interpretan la evolución en forma diversa del darwinismo, acaso opuesta al
darwinismo. Por su parte, los hechos sociales de los últimos años, muy
particularmente el fracaso de la última gran guerra, que a todos dejó
disgustados, cuando no arruinados, han determinado una corriente de doctrinas
más humanas. Y se da el caso de que aún darwinistas distinguidos viejos
sostenedores del espencerianismo, que desdeñaban a las razas de color y a las
mestizas, militan hoy en asociaciones internacionales que, como la Unesco,
proclaman la necesidad de abolir toda discriminación racial y de educar a todos
los hombres en la igualdad, lo que no es otra cosa que la vieja doctrina
católica que afirmó la actitud del indio para los sacramentos y por lo mismo su
derecho de casarse con blanca o con amarilla.
Vuelve,
pues, la doctrina política reinante a reconocer la legitimidad de los mestizajes
y con ello sienta las bases de una fusión interracial reconocida por el Derecho.
Si a esto se añade que las comunicaciones modernas tienden a suprimir las
barreras geográficas y que la educación generalizada contribuirá a elevar el
nivel económico de todos los hombres, se comprenderá que lentamente irán
desapareciendo los obstáculos para la fusión acelerada de las
estirpes.
Las
circunstancias actuales favorecen, en consecuencia, el desarrollo de las
relaciones sexuales internacionales, lo que presta apoyo inesperado a la tesis
que, a falta de nombre mejor, titulé: de la Raza Cósmica futura.
Queda, sin
embargo, por averiguar si la mezcla ilimitada e inevitable es un hecho ventajoso
para el incremento de la cultura o si, al contrario, ha de producir decadencias,
que ahora ya no sólo serían nacionales, sino mundiales. Problema que revive la
pregunta que se ha hecho a menudo el mestizo: "¿Puede compararse mi aportación a
la cultura con la obra de las raza relativamente puras que han hecho la historia
hasta nuestros días, los griegos, los romanos, los europeos?" Y dentro de cada
pueblo, ¿cómo se comparan los periodos de mestizaje con los periodos de
homogeneidad racial creadora?
A fin de no
extendernos demasiado, nos limitaremos a observar algunos ejemplos.
Comenzando
por la raza más antigua de la Historia, la de los egipcios, observaciones
recientes han demostrado que fue la egipcia una civilización que avanzó de sur a
norte, desde el Alto Nilo al Mediterráneo. Una raza bastante blanca y
relativamente homogénea creo en torno de Luxor un primer gran imperio
floreciente. Guerras y conquistas debilitaron aquel imperio y lo pusieron a
merced de la penetración negra, pero el avance hacia el norte no se interrumpió.
Sin embargo, durante una etapa de varios siglos, la decadencia de la cultura fue
evidente. Se presume, entonces, que ya para la época del segundo imperio se
había formado una raza nueva, mestiza, con caracteres mezclados de blanco y de
negro, que es la que produce el segundo imperio, más avanzado y floreciente que
el primero. La etapa en que se construyeron las pirámides, y en que la
civilización egipcia alcanza su cumbre, es una etapa mestiza.
Los
historiadores griegos están hoy de acuerdo en que la edad de oro de la cultura
helénica aparece como el resultado de una mezcla de razas, en la cual, sin
embargo, no se presenta el contraste del negro y el blanco, sino que más bien se
trata de una mezcla de razas de color claro. Sin embargo, hubo mezcla de linajes
y de corrientes.
La
civilización griega decae al extenderse el Imperio con Alejandro y esto facilita
la conquista romana. En las tropas de Julio César ya se advierte el nuevo
mestizaje romano de galos, españoles, británicos y aun germanos, que colaboran
en las hazañas del Imperio y convierten a Roma en centro cosmopolita. Sabido es
que hubo emperadores de sangre hispano-romana. De todas maneras, los contrastes
no eran violentos, ya que la mezcla en lo esencial era de razas
europeas.
Las
invasiones de los bárbaros, al mezclarse con los aborígenes, galos, hispanos,
celtas, toscanos, producen las nacionalidades europeas, que han sido la fuente
de la cultura moderna.
Pasando al
Nuevo Mundo, vemos que la poderosa nación estadounidense no has sido otra cosa
que crisol de razas europeas. Los negros, en realidad, se han mantenido aparte
en lo que hace a la creación del poderío, sin que deje de tener importancia la
penetración espiritual que han consumado a través de la música, el baile y no
pocos aspectos de las sensibilidad artística.
Después de
los Estados Unidos, la nación de más vigoroso empuje es la República Argentina,
en donde se repite el caso de una mezcla de razas afines, todas de origen
europeo, con predominio de tipo mediterráneo; el revés de los Estados Unidos, en
donde predomina el nórdico.
Resulta
entonces fácil afirmar que es fecunda la mezcla de los linajes similares y que
es dudosa la mezcla de tipos muy distantes, según ocurrió en el trato de
españoles y de indígenas americanos. El atraso de los pueblos hispanoamericanos,
donde predomina el elemento indígena, es difícil de explicar, como no sea
remontándonos al primer ejemplo citado de la civilización egipcia. Sucede que el
mestizaje de factores muy disímiles tarda mucho tiempo en plasmar. Entre
nosotros, el mestizaje se suspendió antes de que acabase de estar formado el
tipo racial, con motivo de la exclusión de los españoles, decretada con
posterioridad a la independencia. En pueblos como Ecuador o el Perú, la pobreza
del terreno, además de los motivos políticos, contuvo la inmigración
española.
En todo
caso, la conclusión más optimista que se puede derivar de los hechos observados
es que aun los mestizajes más contradictorios pueden resolverse benéficamente
siempre que el factor espiritual contribuya a levantarlos. En efecto, la
decadencia de los pueblos asiáticos es atribuible a su aislamiento, pero
también, y sin duda, en primer término, al hecho de que no han sido
cristianizados. Una religión como la cristiana hizo avanzar a los indios
americanos, en pocas centuria, desde el canibalismo hasta la relativa
civilización.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario