martes, 27 de noviembre de 2012

orientacion pedagogica de jaime torres bodet

José Vasconcelos, quien desde su infancia se caracterizó por su intensidad por vivir, cuestionó, enfrentó y derrumbó, ya en su juventud, a la llamada "Generación del Centenario", que impulsaba el gradualismo positivista y el racionalismo. Esta inquietud la compartía con la "Generación del 15", de la que posteriormente se distanció al disentir sobre los ritmos que debía guardar el cambio social y los actores que debían protagonizarlo.

Vasconcelos estaba convencido de que la educación constituía un elemento de liberación humana y que, a su vez, generaba la libertad de creencias. Pluralista por convicción, cualquier pensamiento monolítico le resultaba reduccionista; hiperactivo, concebía al individuo propenso a la acción y, por lo tanto, como un ente que no requería de estímulos externos utilitaristas para actuar. A partir de estas consideraciones, para Vasconcelos educar significaba enseñar los valores humanos con los cuales la actividad conduce a la superación. Su proyecto educativo rescataba al pueblo de la inacción intelectual, generada a lo largo de los años de humillación en los que habían sido obligados a no actuar, y lo redimía permitiéndole aumentar su confianza e identidad, mediante el orden y la disciplina.

El planteamiento vasconcelista fue de carácter universal, porque confrontaba y conciliaba a nuestra Nación con el mundo a partir de su concepción iberoamericana. Como muchos de nuestros intelectuales, Vasconcelos fue amante del libre pensamiento, sabía que a partir del libre ejercicio intelectual se recuperarían nuestras raíces y se descubriría la esencia de nuestra identidad nacional. Para él, la fuerza del país estaba en su origen y no en sus afanes guerreristas, en la cultura y no en las armas, consideraba que la nación se asemejaba más a una roca que a un aerolito.

La educación debía fomentar los vínculos sociales, en tanto instrumento que fortaleciera la solidaridad entre los mexicanos; vería a la industrialización sólo como un medio para promover el bienestar; haría de la ciencia, la cultura y la tecnología una herramienta para consolidar la Nación; aumentaría los conocimientos geográficos, antropológicos y la complejidad social del país para acrecentar con ello la conciencia sobre la importancia de la identidad nacional. Había que mexicanizar el saber y aprender a ver el mundo desde una perspectiva propia de los mexicanos.

La escuela como resumen de la humanidad era, para Vasconcelos, la instancia donde la educación se orientaba hacia el saber, no tanto para descubrir y ascender al poder, sino un instrumento para que el hombre lo pudiera hacer. Alcanzar esta meta era posible gracias a que el conocimiento es la conciencia del ser, cada generación se levantaba en los hombros del conocimiento que le aporta la generación anterior y el saber enriquecía conciencias. Sin embargo, lograr esta síntesis humana no podía improvisarse, el niño debía aprender con disciplina e imaginación a partir del conocimiento de las grandes preocupaciones sociales de la humanidad.

La labor institucional de Vasconcelos, impulsada con el establecimiento de la Secretaría de Educación Pública (SEP), concentró los esfuerzos educativos de la Revolución y les dio una orientación reconstructora. La educación debía ir a los marginados, estar guiada por preocupaciones democráticas. Su deber ser consistía en formar hombres con confianza en sí mismos, que emplearan su energía sobrante en el bien de los demás. Para la visión vasconcelista, la pobreza y la ignorancia son los mayores enemigos del progreso, resolverlos precisaba de la educación para subsanar tan grandes males.

Por ello, en un país caracterizado por su heterogeneidad social, la educación debía construir, promover y difundir una identidad tejida con el contacto entre España y la América precolombina. Para nuestro "Ulises Criollo", el mestizaje era la esencia de la hispanidad hasta en la misma España que, por cierto, nunca fue un país monoétnico sino de múltiples razas, aunque por mucho tiempo no llegase a ser aceptada esta pluralidad.

Para Vasconcelos la educación no era sólo una ciencia, había que sumarle un carácter normativo, de ahí sus semejanzas con la ética o la política. Al igual que éstas, consideraba que exigía una relación racional entre fines y medios para alcanzarlos, un vínculo entre el ideal y su consecución.

El objetivo final del sistema educativo de Vasconcelos radicaba en transformar la realidad en todas sus manifestaciones. Para ello, era necesario combatir la opresión que durante siglos había pesado sobre el mexicano porque le impedía cristalizar sus esfuerzos en favor de la actividad productiva e imaginativa, hacia un uso placentero de su ocio que evitara su hundimiento en la pereza.

La escuela bajo la concepción vasconcelista, guiada por valores de equidad y de distribución de la riqueza, era un instrumento de liberación humana para todos y no como prerrogativa exclusiva de una minoría. Con esta convicción el ministro de Educación pugnaba por vincular el plantel escolar con la vida; promover desde este sitio el desarrollo pleno de la población; en fin, esta institución educativa era el centro del desarrollo cultural de una sociedad en busca de su integración como Nación.

La visión de Vasconcelos se fundamentaba en una cosmovisión universal de la naturaleza humana y en una teoría educativa normativa amparada en una concepción plural en el conocimiento como instrumento y no como un fin para la satisfacción de las necesidades humanas.

Para Vasconcelos, era imperativo alimentar la identidad nacional del México revolucionario, para hacerlo democrático e hispanoamericano. Por eso, la SEP no fue concebida como una instancia burocrática más, sino como la correa de transmisión entre una sociedad y una forma de Estado que tenían en ese momento la oportunidad de reconstruirse o inventarse.

Como titular de este ministerio, Vasconcelos se caracterizó por la prisa para educar (quizá desde entonces data el estigma por hacer las cosas rápido en materia educativa). Para ello, movió a la sociedad a partir de la recuperación de nuestro pasado y de la historia universal; hizo de cada maestro un misionero cultural, un apóstol de la nueva palabra educativa, un protagonista de la integración nacional del país que, en la práctica, conocía y sembraba la semilla de una nueva conciencia nacional.

En resumen la importancia del proyecto vasconcelista estriba en su concepción de que la educación debe consolidar a la Nación, incrementar los lazos de solidaridad entre los mexicanos. Si bien en México ha prevalecido una injusta distribución de la riqueza y del ingreso, resultaba más lastimoso y lamentable que existiera una exagerada concentración del conocimiento en unas cuantas cabezas. Así, con la educación como herramienta, Vasconcelos y sus contemporáneos sentarían las bases para el desarrollo ulterior del México revolucionario.

2. La escuela social de Moisés Sáenz: entre el humanismo vasconcelista y la educación socialista Contenido

Si para Vasconcelos la escuela nos redimía como humanidad, para Moisés Sáenz, subsecretario de Manuel Puig Casauranc, significaba la actividad que nos preparaba para la vida. A partir de esta concepción surgió y se desarrolló la escuela rural en la historia educativa del país. Esta fue una de las aportaciones y realidades más sugestivas cuya paternidad responde a Sáenz.

Moisés Sáenz recuperó las lecciones de su maestro John Dewey sobre la escuela activa y multiplicó tiempos para construir obras que aún perduran en el presente. Entre ellas, la fisonomía que le imprimió a la antropología social y la escuela rural experimental, aunque, hasta hace pocos años, estuvieron sujetas a una mínima atención por parte de los estudiosos de la educación. De la primera, quizá el peso que guardan otros dos grandes, Manuel Gamio y Alfonso Reyes opacaron, en el tiempo, la personalidad protestante del regiomontano Sáenz; de la segunda, probablemente el empeño por sobrevalorar los alcances de la educación socialista ensombreció las bondades de la educación social pregonada y practicada por su principal impulsor.

Para Sáenz la educación se enfrentaba al gran reto de incorporar al indígena a la vida nacional sin destruir o violentar su cultura. Se pretendía revalorar nuestro pasado sin desdeñar el mundo occidental, un Occidente diferente al de Vasconcelos que no terminaba en la Europa continental, particularmente en Iberoamérica, sino que tenía una frontera más amplia.

Asimismo, Sáenz buscaba la integración indígena a partir de la identidad nacional, aunque el medio para lograrla no era la recuperación de los valores profundos de la humanidad. Se partía de un modelo que el subsecretario de Educación construyó y desarrolló, fundamentado en la práctica de principios elementales de solidaridad. En consecuencia, la mexicanidad tenía como base la tradición prehispánica y la continuidad cultural que había nacido a partir de la confrontación con Occidente: ese era nuestro camino.

El proyecto educativo, en tanto identidad, debía romper primero las trabas de la escisión interna y desde ahí buscar nuestro significado externo. Integrar al indígena al proyecto nacional, significaba incorporar la civilización a nuestra cultura y no al contrario. Es decir, dejar absorber a nuestra población india y mestiza marginada por los mecanismos perversos de la vida económica en la civilización.

A partir de esta percepción, Sáenz fue más allá de la mera atención a la educación rural, cuyo concepto adquirió dimensiones muy amplias. Con él tomaron fuerza las escuelas de pintura al aire libre, la protección de las artesanías y los oficios, y los museos regionales. Su impulso a la investigación antropológica nos lleva a considerarlo como el sociólogo de la educación de la Revolución, aunque guardada la debida distancia de la condición filosófica que fundamentó la cruzada vasconcelista.

El México posrevolucionario está integrado por muchos Méxicos y en la tarea de identificarlos, la educación ha sido a lo largo del tiempo el instrumento que promueve la solidaridad entre ellos. Socializar para articular y conjugar nuestra heterogeneidad. Esta es la razón por la cual se explica que los valores humanos sean un fin mediato, y el compromiso educativo esté vinculado con las cuestiones de la vida cotidiana: salud, economía y ambiente. Para Sáenz, el desarrollo de la comunidad rural era la tarea primordial. Durante más de diez años de labor institucional creó escuelas activas donde experimentó la viabilidad de su proyecto y formó equipos que realizaban un amplio trabajo de campo para conocer directamente la realidad que se pretendía transformar.

Su carácter pragmático llevó a Sáenz a considerar el quehacer educativo como un proyecto de ingeniería. El México de ese entonces era un país de pobres comunicaciones y; en esas condiciones, incorporar al indio implicaba una labor de zapapico y de pala, ya que el asfalto, el camino real y la vereda sintetizaban a los diferentes méxicos, ilustraban su heterogeneidad social. El esfuerzo por incorporar al indígena se dificultaba por un problema fisiográfico. El indígena es un ser que se desenvuelve en poblaciones aisladas y, por ende, responde a un individualismo acendrado para defenderse de una civilización que lo acecha en lo económico y cultural. Para Sáenz, la asimilación del indio exigía altos esfuerzos de solidaridad y comunicación entre los hombres y las instituciones. Había que ir al campo para sembrar una semilla: la escuela comunitaria, alma de la mexicanidad, trinchera que vencería la atomización social al conjuntarlo. En tal sentido, la Revolución era la síntesis social que impulsaba, bajo nuevos valores, la unidad entre todos los mexicanos sin dejar fuera alguno de sus segmentos.

Sáenz pensaba en el indio y en el mexicano dentro de una acepción amplia. Consideraba que el hombre estaba dotado de inteligencia para realizar el cambio, para ser industrioso y generar así su autosuficiencia. Dentro de esta visión, la educación encerraba un papel sustancial en tanto instrumento para combatir la desintegración social, que debía conducir al conocimiento para el cambio. La educación tenía un carácter instrumental, el hombre más que un teórico era un experimentador.

La visión de Sáenz, con las reticencias propias que el protestantismo ha causado en el país, alternaba, por lo menos en el discurso educativo, con la visión humanista de Vasconcelos. Sin embargo, Sáenz también era pluralista, y más abierto que Vasconcelos. Creía en la bondad, inteligencia y diligencia del mexicano, bastaba orientar estas cualidades en su beneficio y el de la sociedad. Enseñar para modificar el ambiente ecológico y social inmediato al hombre.

De ahí que su filosofía educativa encontraba fundamento en la utilidad y su teoría de la educación estuviera dominada por la socialización. Concebía la enseñanza como un instrumento de ayuda indispensable para la conservación de la vida y la buena salud; para dominar el medio en beneficio del hombre y su comunidad. Con base en la experimentación cotidiana, el ser humano incrementaría su creatividad.

Moisés Sáenz se distinguió por ser un pensador pragmático, a todo lo que le rodeaba buscaba encontrarle el sentido de utilidad; su visión educativa tenía como preocupación la integración social de México sin dejar de respetar lo que tenían de singular sus partes. En esta tarea, llegó a darle un estilo al nacionalismo mexicano contemporáneo. En suma, Moisés Sáenz fue un promotor incansable en la construcción de una escuela vital, de una entidad que contribuyera al desarrollo de la organización social de México, donde el maestro fuera el centro de la vida comunitaria, una figura educativa sin la utopía y el apostolado vasconceliano, simplemente un impulsor social de los valores más nobles que se desprendían de nuestra Revolución.

3. Entre el humanismo y el pragmatismo ¿Es posible la síntesis? Vasconcelos y Sáenz Contenido

La concepción de Vasconcelos se anclaba dentro de una perspectiva cultural amplia y universal, la de Sáenz optaba por refugiarse en una concepción social que retomaba experiencias de otras latitudes. Dos proyectos distintos aunque, desde el presente, difícilmente pueden verse como antitéticos, más aún si afirmamos que éstos tenían como finalidad última la integración nacional. Uno, asimilaba culturas en favor del mestizo; el otro, invitaba al indio a formar parte de la familia mexicana sin violentar su identidad, construida con base en una sensibilidad diferente a través de su historia milenaria.

Vasconcelos era un hombre que hacía de su conflicto interno un principio de acción; Sáenz, libre de contradicciones, avanzaba experimentando en favor de su intención integradora.

En Vasconcelos la alfabetización permitía ir forjando la identidad nacional. En Sáenz, daba oportunidad de integrar la comunidad a la Nación, porque para él el indígena requería de un trato diferente con el afán de incorporarlo al desarrollo del país, para lo cual era necesario fortalecer primero el contexto en que vivía.

La educación en Vasconcelos encerraba un aliento místico, una vehemencia apostólica y un ardor evangélico que despertaba en el pueblo deseos de superar los siglos de vejación producida por el hambre, la enfermedad y la ignorancia. Para Sáenz la escuela era integradora de la comunidad, la escuela y la educación tenían una función cotidiana: era un medio para el mejoramiento social y no sólo una actividad escolar. Más que un ideal la educación era práctica, acción; era aprender haciendo y su calidad respondía a la eficacia para alcanzar los fines sociales planteándose en función de ciertos principios sociales.

El problema indígena es de naturaleza política, social y económica y no de tipo gramatical. Por ello, la escuela activa impulsada por Sáenz nació acompañada del desarrollo de hospitales, centros materno-infantiles, campañas de saneamiento y bienestar. Se trataba de un sistema integral tendiente a socializar a la comunidad con el resto de la Nación, con lo cual coadyuvaba a que ésta encontrara su lugar en la vida social de manera singular (la comunidad) y de manera amplia (el país).

4. La educación y el realismo socialista. Narciso Bassols y Lázaro Cárdenas Contenido

Los orígenes de la educación socialista se remontan a la escuela racionalista, fundada en 1912, en tanto que combatía las ideas religiosas al partir de la premisa que la religión deformaba la mente de los niños y los inclinaba a admitir dogmas sin fundamento racional alguno. Sin embargo, este tipo de instrucción apenas manifestaba su preocupación por los aspectos sociales. Ante la inquietud de una educación que al mismo tiempo orientara y destruyera prejuicios, y organizara la enseñanza en relación con la producción económica para que el hombre aprendiera a producir y defender su producto, la Comisión de Educación de la CROM propuso la creación de una escuela proletaria socialista en 1924. El magisterio, identificado con las clases marginadas, pugnaba por orientar la enseñanza hacia el colectivismo que justificara y valorizara los artículos 27 y 123 constitucional hacia principios de la década de 1930.

Las demandas que se generaron en favor de una educación socialista dieron cuerpo a un proyecto para reformar el artículo 3o. constitucional con la finalidad de que el Estado controlara la educación para asegurarse de que la juventud de México fuera adoctrinada para llevar adelante la obra de la Revolución, entendida como sustento ideológico del sistema. Como era de esperarse, surgió una fuerte agitación en torno a la laicitud de la enseñanza, sin embargo, después de intensos debates dicha disposición fue modificada.

El responsable de la cartera de Educación en la primera mitad de este decenio fue Narciso Bassols, quien respaldo desde su posición la reforma haciendo profesión de fe marxista:

La muerte del prejuicio religioso es, por fortuna, una consecuencia de la educación de las masas. Basta mostrarles con los rudimentos de la cultura el absurdo del prejuicio religioso para que vuelvan sus espaldas a sus antiguos explotadores... Convencida la Secretaría de que el opio religioso es un instrumento de sometimiento de las masas trabajadoras, cree también que la liberación económica de campesinos y trabajadores es el otro factor decisivo para limpiar la conciencia de los hombres1.

Responsable de la redacción final de la modificación al artículo 3° de la Constitución, Bassols manifestaría en esta disposición su censura de intolerancia a la religión. Se excluía toda doctrina religiosa y se combatía el fanatismo con la creación en la juventud de un concepto racional y exacto del universo y la vida social. Asimismo se prescribía que la educación del Estado era socialista, sin embargo como no se hacía especificación ninguna al respecto esto dio pie a la ambigüedad y se prestó desde su promulgación a diversas interpretaciones que bajo diversas modalidades se pusieron en práctica más tarde a lo largo del sexenio cardenista. Esta falta de especificidad sería la que finalmente llevaría a la educación socialista al fracaso, pero es que la preocupación de Bassols no estaba en ese punto sino en el primero:

soy el autor del texto ... enfoqué y conduje la reforma del artículo 3o. constitucional en 1934 ... la verdad es y no debemos olvidar un sólo instante que el problema político real no radica ni en el término "socialista", ni en la fórmula del concepto "racional y exacto". Está en la prohibición a la Iglesia católica de intervenir en la escuela primaria para convertirla en instrumento de propaganda confesional y anticientífica. Lo demás son pretextos2.

Si bien la reforma había tenido como fin primordial enfatizar la naturaleza antirreligiosa de la educación, había que responder a la aspiración general de justicia social para formar una sociedad igualitaria a partir de la educación, ello correspondería al presidente Lázaro Cárdenas. Durante su gobierno la política educativa desplazó del centro del debate el papel de la educación en favor de la identidad nacional: ni cultura, ni integración, sino liberación social. La concepción de Sáenz fue sustituida con la idea de que la instrucción redimía a los oprimidos. Así, la enseñanza adquirió un fuerte tinte clasista y fue asumida como compromiso para liberar a las amplias masas desposeídas por su condición de explotados. La política educativa se erigió como un proyecto de justicia social, de ataque a las creencias religiosas y a favor de promover la educación sexual. Se trataba de redimir al pueblo, entendido como la suma de campesinos y obreros. En ese sentido, era una concepción reduccionista de la sociedad.

En este ambiente social, el maestro se volvió un gestor, totalmente diferente al integrador comunitario, al trabajador social de Sáenz. El docente era quien garantizaba la justicia social, el extensionista. La educación se convirtió en una actividad ambigua que devino en doctrinaria e intolerante. ¿Qué caracteriza la visión educativa de Cárdenas? La educación se concibió como un cuerpo organizado de conocimientos y recomendaciones que definían la actividad del educando para formar individuos capaces de realizar su liberación del sistema de explotación. Ya no se trataba de reivindicar a la humanidad como ocurrió con Vasconcelos, sólo de recuperar la dignidad del hombre sujeto a la explotación. "Enseñar a explotar la tierra no al hombre" se lee en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo. La concepción educativa de Cárdenas estaba impregnada de un realismo materialista en la explicación del mundo. Su evolución respondía a la dialéctica de la naturaleza, donde la visión del universo material generaba los principios del saber. Este es quizá el rasgo más positivo de la educación promovida bajo el gobierno cardenista.

En este contexto, el hombre, además de ser resultado de la evolución de la naturaleza, era concebido como un ente histórico. El sistema educativo llevó a una visión evolucionista-racionalista del deber ser de la humanidad. Bajo esta perspectiva el trabajo era un proceso social que liberaba al hombre del individualismo ubicándolo en la colectividad; permitiéndole transformar su entorno y, por lo tanto, las condiciones objetivas del hombre; asimismo, constituía la esencia por la cual el hombre superaba su estado natural y se integraba al desarrollo de la naturaleza. A partir de esta concepción se entiende que la sociedad clasista destruya la esencia humana y provoque antagonismos para el desarrollo armónico de la humanidad.

Por lo tanto, correspondía a la educación insertar al hombre en el movimiento histórico, redimirlo de su individualismo y reintegrarlo a los principios de la colectividad, ya que su naturaleza no radicaba en la individualidad sino en la colectividad. Los valores cardenistas tenían su fundamento en la solidaridad popular para alimentar el espíritu de clase no el de la comunidad. En este sentido la acepción de solidaridad es diferente a la planteada por Moisés Sáenz.

El trabajo y la justicia social son valores, pero también constituían principios que apuntaban a los elementos de clase. El trabajo definía al universo de la humanidad que debía liberarse de la enajenación y la injusticia social. Lo trascendente no era el desarrollo de la humanidad ni de la comunidad, sino la orientación educativa a las clases populares lo que liberaría al pueblo mexicano; la educación prepararía para la liberación, fomentaría el trabajo y la militancia y, desde ahí, capacitaría para alcanzar una sociedad sin clases.

¿En este marco cuál era la teoría del conocimiento? Si se considera que el individualismo no tenía cabida en este sistema, es claro que a quien se debía atender no era al individuo sino la totalidad del género humano. Para este sujeto, el conocimiento surgía de la percepción y de ésta se desprendía el concepto, sancionado por la praxis que otorgaba el criterio de la verdad. Aplicar esta teoría educativa no fue posible ante la ausencia del perfil del educando al que se dirigía. De hecho, los elementos ideologizados disminuyeron la eficiencia del modelo, la práctica educativa fue ajena al fenómeno de la educación y estuvo comprometida con la liberación del hombre inmerso en el proceso de explotación. No había realmente una filosofía educativa sino un proceso contradictorio entre concepciones clasistas, teoría de la liberación e instrumentos ideologizados que devinieron en contradicciones fundamentales.

Si bien es cierto que el proyecto educativo en Cárdenas contempló un aumento en el presupuesto destinado a la educación rural y fomentó la enseñanza tecnológica, también es verdad que las contradicciones entre filosofía y práctica educativa, que tenían lugar al interior del país, limitaron su aplicación.

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