martes, 27 de noviembre de 2012

campaña de alfetizacion, escuelas normales, organizacion de la comision revisora, entre otras

Junto con Justo Sierra y José Vasconcelos fue uno de los secretarios de Educación que más huella dejaron en el siglo XX. En la administración del presidente Manuel Ávila Camacho, entre 1943 y 1946, Torres Bodet inició la Campaña de Alfabetización, en la que se enseñaba a leer y a escribir a los adultos analfabetos; en ese entonces el 47.8% de la población mayor de seis años era analfabeta. Consiguió que se aprobara una ley que imponía la obligación moral de enseñar a un analfabeto, a todo mexicano de entre 16 y 40 años de edad que supiese leer y escribir. “El que sabe, sabe. Y el que tiene la fortuna de saber, tiene el deber de enseñar”, difundía la radio de la época.
En 1946 fue el redactor del texto del Artículo Tercero Constitucional que suprimió la educación socialista establecida durante el gobierno de Cárdenas en 1934. La nueva orientación, aun vigente, fue nacionalista y democrática, a tono con las tendencias en boga en los organismos internacionales al término de la Segunda Guerra Mundial, especialmente en la Conferencia sobre Educación y Cultura que se reunió en Londres. Sólo el apartado VII, relativo a que “toda educación que el Estado imparta será gratuita”, fue agregado por Vicente Lombardo Toledano, líder de izquierda, como condición para aceptar la reforma constitucional.
Además, organizó la Comisión Revisora y Coordinadora de Planes Educativos, Programas de Estudio y Textos Escolares, que introdujo un enfoque globalizador a través de unidades de trabajo y nuevos planes y programas de primaria.
También acrecentó el número de Escuelas Normales y creó en 1945 el Primer Instituto de Capacitación para el Magisterio, en el que se preparaba a los profesores de primaria no titulados Paralelamente, fundó el Comité de Administración del Programa Federal de Construcciones Escolares, CAPFCE, para encargarse de la multiplicación de locales escolares en toda la República.
Inauguró los nuevos planteles de la Escuela Normal, del Conservatorio Nacional de Música y de la Normal Superior. Asimismo, puso en marcha la Biblioteca de México.

Por otra parte, comenzó la edición de la Biblioteca Enciclopédica Popular que publicó más de cien títulos y la obra México en la Cultura.
La segunda ocasión en la que ocupó la secretaría de Educación Pública fue durante la presidencia de Adolfo López Mateos entre 1958-1964. En este periodo, Torres Bodet formuló el Plan de Once Años para estar en posibilidad de atender por completo la demanda real de educación primaria, o sea, la de los niños que solicitaran el servicio de enseñanza primaria. Otros objetivos del plan fueron aumentar las oportunidades de inscripción para los niños que nunca habían ingresado a una escuela, así como completar todos los grados en las escuelas primarias que no los tuvieran, especialmente en el medio rural. En el periodo 1959-1970 el plan se propuso crear 51 mil nuevas plazas de profesor y construir 29,265 aulas. “Demos a la niñez de nuestro pueblo las aulas y los maestros que necesita. Será la mejor manera de dar un alma –lúcida y vigilante- al progreso de la nación”. A pesar de sus errores de estimación, el plan tuvo éxito y expandió la enseñanza primaria en la década de los sesenta.
Además, creó el Consejo Nacional Técnico de la Educación para revisar y actualizar los planes y programas de estudio de la educación primaria. Fue entonces cuando propuso la creación del libro de texto gratuito para cumplir con el mandato de una educación primaria, obligatoria y gratuita. “Hablábamos de educación primaria, gratuita y obligatoria. Pero al mismo tiempo exigíamos que los escolares adquiriesen libros -muchas veces mediocres- y a precios, cada año, más elevados”. Al efecto, el 12 de febrero de 1959 se creó la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos. Así, el 16 de enero de 1960, en el municipio de El Saucito, San Luis Potosí, en la escuela rural Cuauhtémoc, 62 alumnos de primer año recibieron de manos del secretario Torres Bodet los primeros libros gratuitos que entregaba el Estado mexicano con las siguientes palabras: "Estos son un regalo del pueblo de México para el pueblo de México".
La reacción de los intereses afectados fue muy violenta. “Pero no habría ya en nuestro país, en lo sucesivo, niño que careciese (si asistía a un plantel primario) del material de lectura que todo estudio requiere. Recordé un retrato conmovedor: el de una niña que sostenía, entre sus frágiles dedos, un libro del primer grado. Sus ojos vivaces y sonrientes, parecían prometer a quien los veía la realización de una hermosa esperanza libre. La Patria, representada en la primera página de su texto, le infundiría valor para persistir.
Torres Bodet tuvo que resistir las críticas del clero católico, de los libreros que veían afectados sus intereses económicos, de la Barra Mexicana de Abogados y del Partido Acción Nacional, los cuales organizaron campañas y protestas porque según ellos los nuevos libros negaban el derecho "natural" de los padres a educar a sus hijos, eran antidemocráticos porque presentaban como única la verdad oficial y antipedagógicos, pues reducían al maestro a mero repetidor de lecciones.
No se dio un paso atrás. Ya calmados los ánimos, Torres Bodet pudo escribir con satisfacción: Aunque han pasado los años, los libros gratuitos siguen distribuyéndose. No me hago, a este respecto, ilusión alguna. Lo sé muy bien: quienes reciben esos volúmenes ignoran hasta el nombre del funcionario que concibió la idea de que el gobierno se los donase. No obstante, cuando- al pasar por la calle de alguna ciudad de México- encuentro a un niño, con su libro de texto bajo el brazo, siento que algo mío va caminando con él. Y reitero mi gratitud para el gran Presidente humano, sin cuya comprensión no hubiese podido nunca llevar a cabo- según comentó Ertze Garamendi, en un artículo que no olvido- lo que definió Göethe como la dicha mejor del hombre: realizar, en la madurez, un sueño de juventud.
Por otro lado, Torres Bodet continuó su afán alfabetizador iniciado en los cuarenta, mediante un sistema nacional de patronatos que pudo reducir en más del 10% la población analfabeta.
Además, instaló los primeros 30 centros de Capacitación para el Trabajo Industrial y mandó construir los edificios de la galería “La Lucha del Pueblo Mexicano por su Libertad” y los museos Nacional de Antropología y de Arte Moderno.
Destaca también su labor al frente del Consejo de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), cargo que desempeñó entre 1948 y 1952, cuando renunció debido a una disminución del presupuesto para la institución: ¿cómo creer en administraciones que me pedían acción, que se congratulaban de la concentración de nuestro programa, pero se rehusaban a proporcionarme los medios materiales para ejecutarlo, mientras derrochaban gigantescos caudales en armamentos? Mi renuncia, hasta cierto punto, sirvió de alerta…Mientras no se construya una paz auténtica, sobre la base de una creciente confianza en los valores de la cultura, en el respeto de la justicia y en el de los derechos del hombre, cada conciencia libre continuará sintiendo a su alrededor, como lo digo en mi libro, lo que yo sentí muy frecuentemente a lo largo de aquel periodo de mi vida: la angustia de estar clamando en mitad de un desierto inmenso: el más poblado y oscuro de los desiertos, el desierto internacional.
Durante su trayectoria ganó varias distinciones: en 1953 ingresó como miembro titular del Colegio Nacional; también perteneció a la Academia Mexicana de la Lengua y a la Academia del Mundo Latino. En Francia se le concedieron la medalla de la Academia Francesa y la membrecía de la Academia de Bellas Artes del Instituto de Francia. Recibió también el grado de Doctor Honoris Causa por parte de once universidades nacionales y extranjeras. Ganó el Premio Nacional de Letras en 1966.
Cometió suicidó en la ciudad de México el 13 de mayo de 1974. Según el diario El Universal dejó el siguiente recado: “Ha llegado el momento en el cual no puedo fingir, a causa de mis enfermedades, que sigo viviendo, en espera, día a día, de la muerte. Prefiero ir a su encuentro y hacerlo oportunamente. No quiero ser molesto ni inspirar piedad a nadie. He cumplido mi deber hasta el último momento.”
Sin embargo, cuenta Elena Poniatowska que se disparó un balazo en la sien frente a su escritorio; que no dejó recado; “que en su desesperación, intentó una carta a sus amigos o a México o a la posteridad o a la historia, y como no le salió dejó regados en torno a su escritorio alrededor de diez o veinte bolitas de papel arrugado”.
Su esposa señaló: “Fue un perfeccionista. Quería que su cuerpo, lo mismo que su mente, funcionara perfectamente. ..Había terminado el último volumen de sus Memorias cuatro días antes. Quería dejar la vida cuando todavía era un hombre entero. Decidió terminar su vida junto con su obra”.

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