martes, 20 de noviembre de 2012

JAIME TORRES BODET

 

EL  PENSAMIENTO DE JAIME TORRES BODET:

UNA VISIÓN HUMANISTA

DE LA EDUCACIÓN DE ADULTOS


A

LFONSO RANGEL GUERRA


 

Jaime Torres Bodet ocupa un sitio prominente en la historia de la cultura mexicana

del siglo veinte. Hombre de letras toda su vida y entregado desde la juventud a

la función pública; miembro del servicio exterior primero, después Subsecretario

de Relaciones Exteriores, Secretario de Educación Pública en dos ocasiones, de

1943 a 1946 y de 1958 a 1964; Secretario de Relaciones Exteriores; Director de la


UNESCO

de 1948 a 1952; Embajador de México en Francia, dejó una huella perdurable

en su paso por todos estos cargos. Coordinó la nueva redacción y seguramente

fue el hacedor principal, del texto del Artículo Tercero Constitucional aprobado

por el Congreso en el año de 1944, con el que se superó un conflicto de

varios años por el establecimiento que el anterior hacía de la educación socialista,

texto que se ha mantenido sin cambios en la parte conceptual que define y precisa

la naturaleza y fines de la educación mexicana; al frente de la

UNESCO logró para

esta institución un impulso en sus acciones y presencia en los países llamados

luego del tercer mundo o en vías de desarrollo; animador y ejecutor, en 1958, del

Plan de Once Años, primer esfuerzo nacional de planeación educativa en México;

creador de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito; creador del

Museo de Historia en Chapultepec y del Museo Nacional de Antropología e Historia,

la Pinacoteca del Virreinato y de otras muchas instituciones y promotor y

realizador de acciones que sería largo enumerar; autor, además, de una obra poética,

narrativa y ensayística que lo sitúa entre las figuras prominentes de las letras

mexicanas del siglo pasado, su herencia continúa ofreciendo frutos en beneficio

del país y de las nuevas generaciones de mexicanos.

Jaime Torres Bodet nació en la ciudad de México el 17 de abril de 1902. Su vida

mostró, muy tempranamente, la vocación poética y literaria y una clara orientación

hacia el servicio público y las tareas intelectuales. Cursó las primeras letras

en la escuela primaria anexa a la Escuela Normal y tiene apenas 16 años cuando

termina sus estudios en la Escuela Nacional Preparatoria, para continuarlos en la

de Jurisprudencia. Al cumplir diecinueve años, apenas tres después de haber sali

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EVISTA INTERAMERICANA DE EDUCACIÓN DE ADULTOS, NÚM. ESPECIAL, 2002.

do de la Escuela Nacional Preparatoria, es designado secretario de ésta. Es el año

de 1921, fecha en que se crea la Secretaría de Educación Pública, del que es

primer titular José Vasconcelos, quien desde un año antes estaba al frente de la

Universidad Nacional. José Vasconcelos nombra al joven Torres Bodet como su

secretario particular y la cercanía con esta importante figura de la cultura nacional

debió dejar huella en el espíritu del joven, que ya empezaba a despuntar en la

creación poética. "Quien no lo haya tratado en esos días de 1921 –escribió años

después Torres Bodet sobre José Vasconcelos– no tendrá una idea absolutamente

cabal de su magnetismo como ‘delegado de la revolución’ en el ministerio. La

juventud vibró desde luego ante su mensaje, de misionero y de iluminado."

1 Un

año después, en 1922, Torres Bodet pasa a la jefatura del departamento de Bibliotecas

de la Secretaría de Educación Pública, donde permanece tres años; aquí

participó en la revista

El libro y el pueblo. Ese mismo año fue fundador y codirector,

con Bernardo Ortiz de Montellano, de la revista literaria
La falange.

En los primeros años juveniles Jaime Torres Bodet dedica sus inquietudes a la

poesía. Cuando en los años de madurez recoge en sus

Memorias aquellas experiencias

casi infantiles, el recuerdo de un juicio que le mereció un poema suyo de

parte de su maestro de poesía en la Preparatoria, Enrique Fernández Granados,

escribe: "¡Ser un hombre de letras! Aun cercada entre admiraciones, la exclamación

no contiene sino una parte muy débil de mi esperanza a los doce años."

2 La

vocación lo conduce por el camino de las letras. En 1924 el doctor Bernardo J.

Gastelum, designado Jefe del Departamento de Salubridad (antes de convertirse

en secretaría), nombró a Torres Bodet su secretario particular. Sólo el año anterior,

en 1924, había publicado tres libros de poesía. Imparte clases en la Escuela

Nacional Preparatoria y en la de Altos Estudios. En 1928 participa en la creación

de la revista

Contemporáneos y ese mismo año renuncia a su trabajo en Salubridad,

presenta examen para su ingreso al servicio exterior y parte a España como

tercer secretario de la Legación de México. Pasa después a La Haya, París,

Buenos Aires y Bruselas. Son diez años de actividad en el servicio exterior y en la

capital de Bélgica lo sorprende la segunda guerra mundial. Es el año de 1940,

regresa a México e interrumpe su carrera diplomática. Ese mismo año, el presidente

Manuel Ávila Camacho lo designa Subsecretario de Relaciones Exteriores.

Permanece en el puesto hasta fines del año de 1943, pues el presidente lo designa

Secretario de Educación Pública, sustituyendo al militar y abogado Octavio Véjar

Vázquez. Empieza, en la vida de Jaime Torres Bodet, la larga etapa dedicada a la
 
educación y la cultura, que salvo los dos años en que fue Secretario de Relaciones

Exteriores, de 1946 a 1948, y Embajador de México en Francia, de 1955 a 1958,

se continúa hasta el año de 1965, cuando concluye su desempeño, por segunda

ocasión, como Secretario de Educación Pública en el gobierno de Adolfo López

Mateos, después de haber sido Director General de la

UNESCO de 1948 a 1952.

Cuando Jaime Torres Bodet llega a la Secretaría de Educación Pública en 1943,

tiene cumplidos 41 años de edad. En este momento de madurez física e intelectual,

su obra literaria cuenta ya con 18 libros publicados: diez de poesía, siete de

novelas y relatos y uno de crítica literaria. Puede decirse que su paso por la poesía

y la narrativa ha afinado su sensibilidad y le ha permitido poseer una visión amplia

sobre las situaciones humanas y sociales de la existencia, de modo que esta visión

y esta sensibilidad orientan ya su actitud como servidor público. Aunque no abandona

las letras al dedicar su vida a la tarea pública, se reduce notablemente su

presencia en la creación literaria de esos años. De sus muchos libros de poesía,


Los días,


publicado en México en 1923, contiene un breve poema que pareciera

premonitorio, si se considera la dedicación posterior de su vida. Este breve poema

dice:


Estoy solo. Mañana va a empezar la cosecha.

Tras un año fecundo, la alegría esperada...

Un agrio viento silba por mi ventana estrecha

y pienso, entre la sombra: Yo no he sembrado nada...

3

Su tiempo de sembrar llegó finalmente. Jaime Torres Bodet dice al respecto:


Transcurrieron los años. La vida me impuso otro género de deberes. Participé en la Administración:

primero como Subsecretario de Relaciones Exteriores; después, de diciembre de 1943

a noviembre de 1945, como Secretario de Educación Pública y, de diciembre de 1946 a

noviembre de 1948, como Secretario de Relaciones Exteriores. La poesía cobró, en mi existencia,

un significado sumamente distinto: se volvió acción.

4

Torres Bodet ocupó el cargo de Secretario de Educación Pública el 24 de diciembre

de 1943. La tarde del último día de ese año, viernes, Torres Bodet paseó por

los patios de la secretaría. Se había demolido la galería central que separaba las

alas sur y norte del edificio. Hoy, esa galería existe y la escalera central que
conduce al segundo piso, fue mandada reconstruir por Torres Bodet. El paseo de

ese día último de 1943 lo cuenta él mismo en sus

Memorias y la reflexión que

acompaña a ese recuerdo, merece nos detengamos en ella: "La obra no se inició

sino meses más tarde. Si aludo a ella, en estos momentos, es porque la noche que

sentí la urgencia de comenzarla me dio una objetiva noción de lo que iba a ser mi

destino, durante años: rehacer la secretaría, tratar de darle un sentido de enlace

humano y de unión patriótica; evitar las discordias políticas y las inútiles controversias;

asociar los extremos que amenazaban ruina; ligar de nuevo, con una

afirmación de esperanza, el norte y el sur de todas las inquietudes, y hacer –de

cuanto lográsemos reparar– una escalinata afectiva, para el ascenso de nuestro

pueblo hacia planes más elevados y resistentes, más libres y más dichosos."

5

Cuando el general Manuel Ávila Camacho llega a la presidencia, el país tiene 19

millones 649 mil habitantes. De estos, sólo tres millones 928 mil eran población

urbana y el resto, o sea 15 millones 721 mil, eran población no urbana. El analfabetismo

alcanzaba ese año (entonces se cuantificaba esta población a partir de los

seis años de edad) un promedio de 47.88 %, que en números absolutos era una

población de casi nueve millones y medio de personas. Ante esta situación, es

fácil entender que la acción de la Secretaría de Educación Pública debía orientarse

necesariamente hacia las mayorías, con especial atención a la población marginada

e indígena. Jaime Torres Bodet fue consciente de ello desde el momento

de tomar posesión de su cargo y pocos meses después ya trabajaba en la Campaña

Nacional contra el Analfabetismo. Sin ser obviamente la única tarea, cobró

prioridad en los años en que estuvo al frente de la secretaría, dándole un gran

impulso a este esfuerzo. Pero no se limitó a esto, pues obtuvo del presidente Ávila

Camacho que esta campaña se apoyara en una ley. Esto ocurrió apenas nueve

meses después de ocupar Torres Bodet el cargo de Secretario de Educación.

Así resume el crítico Emmanuel Carballo las actividades de Jaime Torres Bodet

en 1944:


Año fundamental en la vida de Jaime Torres Bodet como Secretario de Educación. El 3 de

febrero inaugura las labores de la Comisión Revisora y Coordinadora de Planes Educativos,

Programas de Estudio y Libros de Texto, el 23 de abril preside en Saltillo el Congreso de

Educación Normal, el 10 de julio coloca la primera piedra del edificio destinado a la Escuela

Normal Superior, el 21 de agosto expide el presidente Ávila Camacho la Ley de Emergencia

que estableció la Campaña Nacional contra el Analfabetismo. El 27 de septiembre inaugura en

el Castillo de Chapultepec el Museo Nacional de Historia. Ese mismo año se sentaron las

bases para la constitución del Comité Administrador del Programa Federal de Construcción

de Escuelas, así como las del Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, inaugurado el

19 de marzo de 1945. Además, empezó a publicarse la Biblioteca Enciclopédica Popular, que

editó más de 120 números al precio de 25 centavos por ejemplar.

6

En este sorprendente conjunto de actividades destaca la Ley de Emergencia que

puso en marcha la Campaña Nacional contra el Analfabetismo. En esta ley se

estableció como obligación que todo mexicano mayor de 18 años y menor de 60,

que supiera leer y escribir, enseñara a leer y escribir a otro compatriota que no

supiera hacerlo. De los casi nueve millones y medio de analfabetos, se consideraron

aparte los mayores de 40 años y los indígenas monolingües, sujetos a acciones

especiales, que sumaron casi tres millones y medio; del resto, o sea un poco

menos de seis millones, al concluir el gobierno del general Ávila Camacho y el

desempeño de Torres Bodet como Secretario de Educación Pública, se atendieron

mediante esta campaña un poco menos de millón y medio, o sea un 25 % del

total nacional de analfabetos. En su informe de labores al concluir su gestión,

afirmó Torres Bodet:


Saber leer y escribir no equivale, sin duda, a haber seguido paso tras paso un ciclo completo

de educación. Saber leer y escribir constituye un mínimo, un estricto mínimo. Por eso precisamente,

porque es un mínimo –pero un mínimo que, por cierto, no ha logrado obtenerse por

igual para todos los mexicanos, estimamos indispensable plantear la cuestión en términos

nacionales. No hay problema social que no rescate como raíz recóndita la ignorancia. El

alcoholismo, la criminalidad, la mendicidad y el desarrollo precario de la agricultura y de las

industrias pueden atribuirse a muchos orígenes; pero en todos estos orígenes hallaremos, más

o menos cercana, presente siempre, una sombra dramática: la incultura.

7

Al concluir su desempeño como Secretario de Educación Pública, Jaime Torres

Bodet fue invitado por el presidente Alemán a ocupar el cargo de Secretario de

Relaciones Exteriores. Esta responsabilidad se limitó a dos años, pues el Consejo

Ejecutivo de la

UNESCO acordó el 23 de noviembre de 1948 proponer oficialmente

a Jaime Torres Bodet como director general de este organismo. Debe recordarse

que en 1945, en su carácter de Secretario de Educación Pública, viajó a Londres

en noviembre para asistir a la Conferencia constitutiva de la

UNESCO, encabezando

la delegación mexicana y acompañándolo como miembros de esa Delegación,

José Gorostiza y Samuel Ramos. En esta ocasión fue designado miembro de la

comisión redactora del acta constitutiva del nuevo organismo. La Conferencia

General de la

UNESCO lo eligió como Director General en Beirut, Líbano, el día 26

de ese mismo mes y tomó posesión el 19 de diciembre de 1948. En el discurso
pronunciado en esa ocasión, Jaime Torres Bodet proclamó su fe en el humanismo:

“La interdependencia mundial, que hoy se impone con caracteres irresistibles, no

tiene sólo lugar en lo político y lo económico. El espíritu y la cultura no son en

modo alguno ajenos a ella. Voces de todos los ámbitos proclaman que marchamos

hacia un nuevo humanismo.” Es evidente que el signo histórico impone características

y orientación a las ideas y conceptos con los que el hombre identifica sus

tareas esenciales y proyecta su acción en el tiempo. Por ello, si el humanismo

clásico estuvo centrado en la inteligencia, Torres Bodet es consciente de que esta

concepción no es suficiente en la mitad del siglo veinte.


La inteligencia –dijo Torres Bodet en esa ocasión– desplegó todas sus potencialidades en la

técnica, en el dominio de la naturaleza por el hombre, pero fue incapaz de mover entre los

hombres resortes eficaces de concordia y de virtud [...] Lo que debe hacerse, por tanto, sin

sacrificar a la inteligencia, es integrarla armoniosamente con otras virtudes humanas que acaso

de otras culturas extrañas a la nuestra podamos aprender. El humanismo clásico se encerró en

otros tiempos en el Mediterráneo; el humanismo moderno no puede tener términos ni fronteras.

Contribuir a plasmar este nuevo humanismo en la conciencia de la humanidad es, por

ventura, el más alto fin de la

UNESCO.8

Bajo este aspecto de universalidad, donde el hombre adquiere preeminencia por

su valor esencial como persona, se rigió la conducción de las acciones de Torres

Bodet en la dirección general de la

UNESCO. Ésta tenía apenas tres años de vida

y su primer director había sido el inglés Julián Huxley. Cuatro años estuvo Jaime

Torres Bodet al frente de la

UNESCO, hasta finales de 1952, y en todo este tiempo

impuso su impronta a la organización. Funcionario infatigable, viajero permanente

para confirmar con su presencia el interés del director general de la

UNESCO en

las acciones emprendidas y en las reuniones, conferencias y comisiones impulsadas,

estuvo presente en numerosas situaciones promovidas por el organismo. En

febrero, menos de dos meses después de su designación, ya está en Bruselas,

donde frente a la Comisión Nacional Belga ratifica los principios que hacen posible

una política internacional en favor de la educación, la ciencia y la cultura. En

abril viajó a Cleveland, Ohio, para impulsar las labores de la Comisión Nacional de

los Estados Unidos para la

UNESCO. En esta ocasión afirmó: "Nadie posee realmente

nada cuando no es digno de disponer de lo que posee, para el bien de la
humanidad."

9 Este pensamiento muestra la dimensión otorgada a las acciones

humanas más allá de límites y fronteras, acciones concebidas para cumplirse ahí

donde son necesarias, dada la desigual distribución en el mundo de los bienes, los

servicios, la cultura y la educación. Por eso es importante destacar en el pensamiento

de Torres Bodet la convicción humanista que orientó sus acciones y propuestas.

Y en la base de esta convicción, una idea fundamental en relación con la

responsabilidad ineludible de todos aquellos que de una o de otra manera, somos

beneficiarios de los bienes de la civilización, idea que conlleva al mismo tiempo el

valor y la responsabilidad de la participación en las tareas humanas superiores.

Merece recordarse la cita que hace en su discurso de septiembre de1949 en

París, de un pensamiento del historiador francés Jules Michelet, pues al mencionarlo

Torres Bodet convierte ese pensamiento en propio: "Creo en el porvenir,

porque yo mismo lo estoy haciendo",

10 idea que para algunos pudiera significar

soberbia histórica, pero que finalmente conduce a una posición de reconocimiento

del valor que tiene lo que el hombre hace, no importa quien sea, cuando esa acción

se apoya en la significación humanística de todo aquello que pugna por mejorar las

condiciones básicas de la persona y de la sociedad.

Seis meses después de asumir la Dirección General de la

UNESCO, Jaime Torres

Bodet inaugura la Conferencia Internacional sobre la Educación de los Adultos,

en el Castillo de Kronborg, en Elsinor, Dinamarca. El discurso que pronuncia en

esta ocasión contiene una visión clara del significado y trascendencia de esta

educación en el contexto de la sociedad humana. Antes de pasar a la revisión y

análisis de las ideas expuestas en este discurso, es pertinente una reflexión sobre

el sentido y valor que el desempeño de la función pública tuvo en la vida de Jaime

Torres Bodet. Él mismo, en sus

Memorias, recuerda lo que le dijo el poeta Carlos

Pellicer al aceptar a fines de 1943 la invitación del presidente Ávila Camacho

para hacerse cargo de la Secretaría de Educación Pública: "Te has retirado, Jaime,

a la vida pública". Es decir, la decisión significaba dejar de lado no sólo las

letras, sino ese ámbito o espacio que les es natural y propicia el diálogo y el

intercambio de las ideas. En vez de esto, largas jornadas de trabajo, obligaciones

y responsabilidad permanentes, soledad, la exigencia de tomar siempre decisiones

que no admiten retraso. Todo, contrario a esa otra visión de la vida que se manifiesta

en el ocio creador. Entonces no faltaron críticas y juicios que establecieron

la disminución del escritor frente a las exigencias a que se ve sujeto el funcionario

público. Así fue en efecto, pero también hay que decir que la vida le concedió a
Torres Bodet tiempo para regresar a las letras, la poesía por una parte y por otra

a los muchos ensayos que coronaron su tarea de escritor. Ensayos sobre Balzac,

Pérez Galdós, Dostoievsky, Marcel Proust, Rubén Darío y algunos más. Pero

nunca se ha reconocido que en los muchos discursos que pronunció Torres Bodet

con motivo de su función pública, quizá un número cercano a los 200 (sólo de su

período en la

UNESCO se han recogido 50), varios de ellos esconden verdaderos

ensayos, en los que se desarrollan ideas y juicios críticos en torno a la educación

y la cultura. El ensayo es una manifestación libre del espíritu, donde van revelándose,

mediante la gracia y la conducción de la inteligencia, los elementos propios de un

fenómeno o de una circunstancia, la mayoría de las veces esencialmente humanos,

privativos del hombre y de la sociedad. Los textos de los discursos de Torres

Bodet merecen valorarse desde este punto de vista. Con esta visión nos acercaremos

a su discurso sobre la educación de adultos de junio de 1949.

La primera afirmación de Torres Bodet está dedicada a precisar que la educación

de adultos no es una concepción surgida en la mitad del siglo veinte, pues la

considera una "idea permanente de la cultura". Se remonta a la época de Sócrates,

cuando su palabra perturbaba a los ciudadanos de Atenas. Sócrates "concebía la

filosofía como existencia y la existencia como pedagogía, como ‘paideia’. ¿No

fue Platón –dice Torres Bodet– quien proclamó que, para educar al ciudadano,

hay que educar a la ciudad? Y la ciudad, en el mundo clásico, ¿no era, en verdad,

el Estado mismo?"

11 Esta idea de Torres Bodet es importante, en la medida en que

nos hace comprender que el valor de la educación de adultos no radica sólo en la

liberación y la superación del iletrado, sino también en que esta acción cobra su

significación más allá del individuo, en el ámbito de la comunidad, en la medida en

que la transformación del hombre hace posible la de la sociedad toda. En este

sentido, el valor de la educación trasciende lo individual para ubicarse en el ámbito

de la comunidad humana. Y en cierto modo, esta idea también se significa si la

consideramos a la inversa, es decir, que si nos preocupamos por la sociedad y su

desenvolvimiento, caemos necesariamente en la necesidad de educar al individuo.

De hecho, este principio de que no es posible educar al ciudadano si no se educa

también a la ciudad, tiene estrecho parentesco con este otro que se planteó en los

finales del siglo veinte, en relación con la llamada “ciudad del conocimiento", que

no es sino la identificación de que el ámbito todo del espacio comunitario debe ser


11


Ibid, p. 81.

17


E

L PENSAMIENTO DE JAIME TORRES BODET

propicio para la ampliación del conocimiento y también para el desarrollo de la

inteligencia.

La educación de adultos, como la concibió Jaime Torres Bodet, se entiende como

una vía para generar en el individuo una conciencia de responsabilidad, no sólo

como persona sino también como miembro de una comunidad, de modo que la

responsabilidad no se entiende sin su vinculación con la idea de solidaridad. Vista

así esta tarea educativa, se proyecta con una gran dimensión pues si está orientada

hacia la conciencia de la responsabilidad y a un mismo tiempo al sentido de

solidaridad, Torres Bodet señala con toda claridad que más que enseñar un determinado

arte, o una ciencia, de lo que se trata es de enseñar el ejercicio de la vida

misma; es decir, acceder al alfabeto y los conocimientos debe permitir la orientación

del individuo hacia la comprensión del valor de la vida humana. Este humanismo

de la educación de adultos propicia que el individuo se acerque, por el

camino de la enseñanza, a la comprensión del valor de la humanidad. La cultura

de la responsabilidad sólo puede alcanzarse si el individuo es capaz de descubrir el

valor de la vida y su pertenencia a ella, mediante su participación en la educación

como tarea reveladora de actitudes y valores, mediante los cuales somos capaces

de acceder a nuestra identificación como parte del linaje humano, como él lo

llama. Así se otorga a la educación de adultos la capacidad de cumplirse de manera

armónica y coherente con todo lo que palpita en la vida humana, la individual y

la colectiva. Y como entonces la sombra de la guerra estaba todavía presente en

aquellos años, es evidente que el valor de la paz adquiría una suprema significación.

“Que las condiciones espirituales del mundo permitan que los hombres erijan

la paz y que la erijan sobre el conocimiento de la verdad, para la justicia, para el

bien y para el progreso.”

12 Medio siglo después, la paz sigue siendo un frágil

elemento de la sociedad humana, siempre vulnerable por la acción misma de los

hombres.

En el pensamiento de Jaime Torres Bodet se contiene con claridad la idea de que

el derecho conlleva necesariamente una obligación. No podemos llamarnos acreedores

al derecho a la libertad, si no somos conscientes de la responsabilidad que

se implica en esa libertad. El problema de la humanidad es el problema de las

libertades del hombre. Sin educación no hay libertad, por eso el problema esencial

de la humanidad es la educación, y en ella se contempla el camino de la liberación

de los hombres. La ayuda técnica ayudaría notablemente a los países necesitados,

“pero creo igualmente –afirmó Torres Bodet en ese mismo discurso de 1949– que


12


Ibid, pp. 87-89.

18


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EVISTA INTERAMERICANA DE EDUCACIÓN DE ADULTOS, NÚM. ESPECIAL, 2002.

ninguna de esas ventajas será durable si no se atiende en primer lugar a la educación."


13


Alfabetizar y educar. Pareciera que ambos son los extremos de una línea tan

extensa como la educación misma y su capacidad para alcanzar los niveles más

altos de la formación humana. Y sin embargo, es preciso reconocer que el punto

de arranque de esa línea es la base y el fundamento de todo aquello que puede

llegar a ser la educación. Si es válida la idea de que la educación libera, ningún

nivel educativo posee con más fuerza esa capacidad liberadora que la enseñanza

del alfabeto, cuando aquél que la recibe está aislado del mundo por la ignorancia.

"El niño es un proyecto de adolescente", declara Torres Bodet. "El adolescente,

un proyecto de adulto. Y el adulto –se pregunta–, en verdad, ¿qué es? ¿De qué

futuras realizaciones somos nosotros, todos nosotros, sólo el proyecto? Aquí, la

interrogación adhiere a lo más entrañable e intransferible de nuestra condición

personal. Por eso no podemos contestar la interrogación en términos colectivos."

14

Esta reflexión nos deja ver cómo cada persona es poseedora de una condición

única e irrepetible. Si accedemos a los bienes de la cultura, nuestra condición será

distinta a la de aquellos que nunca llegaron a poseerlos, ni siquiera en su más

elemental condición que son las primeras letras. Si el niño posee su propia atmósfera

derivada de la misma edad; si el adolescente tiene la posibilidad de descubrirse

a sí mismo, el adulto "no puede refugiarse en ninguna parte." Torres Bodet

habla, claro está, de adultos por educar, y así al adulto sólo le queda "ser él mismo,

aislándose del conjunto; o abdicar de sí mismo en la voluntad anónima de la masa."

15

De ahí la importancia, para una sociedad en cuyos miembros permanece todavía

la presencia de un número importante de iletrados, de incorporarlos mediante la

educación. A los analfabetos los llama Torres Bodet los "vencidos de antemano".

Y añade:


Porque eso son los analfabetos: víctimas de un combate en el que no han siquiera participado;

testigos inocentes y anónimos de una historia que se hace a sus espaldas y, en ocasiones, a

pesar suyo; adultos a los que exigimos victorias que no tienen ni las armas más elementales

para ganar, o niños que nutrimos para que sean, cuando crezcan, ciudadanos sólo de nombre.

16

En este discurso de Elsinor cuenta Torres Bodet una anécdota. La recogemos

íntegra porque ilustra claramente el poder de la letra escrita y de la capacidad de

escritura:
Años antes de ingresar en la institución a que pertenezco, colaboré en mi país en una campaña

nacional de alfabetización. Al llegar el período de los exámenes, visité una población rural que

los inspectores me habían descrito como uno de los puntos en que el esfuerzo había sido más

insistente y más fervoroso. En una choza, bajo un techo de paja, una improvisada maestra

enseñaba a leer y a escribir a un grupo de campesinas. Unos metros de tela oscura y mal

encerada le servían de pizarrón. Tras de haber hecho leer varios trozos a las discípulas,

expresé el deseo de que una, la menos joven, escribiera dos o tres frases, que elegí del cuaderno

escolar empleado por la instructora. Sin vacilaciones, la alumna trazó las palabras del texto

que le dicté. Me inquietó un poco, más que las faltas de ortografía, cierta mecánica rapidez que

podía dar la impresión de un principio de automatismo. Le rogué entonces que escribiera su

nombre en el pizarrón. En seguida me percaté de que aquélla, para su mano y para su espíritu,

era en verdad una prueba nueva. Tomó el gis con recelo y, muy lentamente, letra por letra,

comenzó a dibujar su nombre. Cuando hubo terminado lo leyó varias veces en voz muy baja.

Y, de pronto, ante la sorpresa de todos, se echó a llorar. ¿Qué significaban aquellas lágrimas –

que no recelaban, por cierto, ningún síntoma de amargura– sino el pasmo de encontrarse, al

fin, a sí misma, súbitamente, tras de años que equivalían por la ignorancia, a una ausencia del

propio ser? En esas líneas, de caracteres toscos y primitivos, se veía ella más limpiamente que

en un espejo, con su pobre pasado a cuestas, humilde y dócil. ¿Y no había en aquellas lágrimas

de triunfo, para todos nosotros, una enseñanza y un gran perdón?

17

¿Cómo podríamos dejar de ver en esta reacción de la vieja mujer, que muestra la

actitud de quien se descubre a sí misma a través del acto mismo de escribir su

propio nombre, el gran significado que tiene para el individuo la capacidad de leer

y escribir? En esta reacción está, quizá, la génesis de eso que más adelante será

conciencia de libertad a partir de la posesión de la palabra y de la escritura; una

libertad que exige, primero que nada, conciencia de ser, y al mismo tiempo capacidad

para llegar a poseer la expresión propia. Y a partir de este primer paso,

obtener la liberación de una dependencia en la que se aniquiló siempre la posibilidad

del cambio y la transformación, de llegar el individuo a ser él mismo, condición

necesaria para poder llegar a ser libre. Frente a esta singular capacidad de superación,

debe adquirirse también la conciencia de la responsabilidad que conlleva

ser miembro de una comunidad y la fuerza que se implica en este singular proceso

que es la alfabetización.

Pero a pesar de la significación y la trascendencia de la alfabetización en los

países con altos índices de analfabetismo, Torres Bodet estaba muy consciente de

que ahí no terminaban los requerimientos de la educación en sociedades poco

favorecidas. Por el contrario, además de identificar las tareas de alfabetización

como una actividad "heroica" por lo que implica de esfuerzo y trabajo especial,

bien sabía que enseñar a leer era sólo lo mínimo, –"el estricto mínimo", como lo


17


Ibid, p.p. 102-103.

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EVISTA INTERAMERICANA DE EDUCACIÓN DE ADULTOS, NÚM. ESPECIAL, 2002.

dijo al concluir su primer desempeño como Secretario de Educación Pública, en

1945– en una empresa que exige de todos mucho más para poder alcanzar metas

superiores. "No lo olvidemos –decía– porque lo realmente peligroso sería limitar a

ese rudimento –el aprendizaje de la lectura y de la escritura– la formación de los

pueblos del porvenir."

18 Y su pensamiento se complementó con una conclusión

acorde con esta tesis, idea que ya se expresó anteriormente: "Dentro de un mundo

de técnicas infinitamente complejas y de aspiraciones crecientemente universales,

la civilización sólo podrá desenvolverse en un medio en el que la superación de

las masas no sea embrionaria sino armónica y coherente. Tal es el fin grandioso

de la educación de adultos."

19

Fue seguramente en el transcurso de la Conferencia General de la

UNESCO en

Elsinor, Dinamarca, del año 1949, donde Jaime Torres Bodet propuso la creación,

por parte del organismo bajo su dirección, de los centros regionales para la educación

de los adultos. Cuando el 9 de mayo de 1951 abrió sus puertas el

CREFAL, las

cifras a nivel mundial explican por qué Latinoamérica fue la primera región considerada

en esta atención a los adultos: en 1951 se estimaba que la población mundial

crecía a un ritmo del 1 % al año, pero Latinoamérica tenía entonces un crecimiento

del 2 %. Sin embargo, el

CREFAL no fue la única institución creada para la

superación de las carencias mundiales en educación. En el acto inaugural del


CREFAL

el 9 de mayo de 1951, Jaime Torres Bodet anunció que en la próxima

reunión de la Conferencia General de la UNESCO, que se celebraría el 18 de

junio de ese mismo año de 1951, se sujetaría a aprobación de dicha Asamblea la

creación de otros cinco centros, en África, Asia Meridional, Asia Sudoriental y en

el Extremo y el Medio Oriente. En esa reunión se consideró un programa de doce

años para abatir el analfabetismo en el mundo, con una red de seis centros en las

regiones antes señaladas. Después del CREFAL, se creó un segundo centro en

Egipto, un tercero en Tailandia y al parecer dos más, uno en Ceilán y otro en

Corea. Por eso expresó Jaime Torres Bodet en sus palabras inaugurales del

CREFAL:

"Lo que haga el Centro de Pátzcuaro no sólo será benéfico para América Latina.

Será también la piedra de toque del proyecto mundial, en su integridad."

20

18


Ibid, p. 89.

19


Ibidem.

20


Ibid, p. 278.

21


E

L PENSAMIENTO DE JAIME TORRES BODET

En la mitad del pasado siglo veinte, la población mundial sumaba 2 378 millones de

personas. De éstas, 1 200 millones no sabían leer y escribir. La urgencia y la

necesidad de atender a este inmenso número de analfabetos eran obvias. De ahí

que se pensara en esta red de centros de educación de adultos que hiciera posible,

a nivel mundial, la reducción de esta impresionante cifra de iletrados en todo el

mundo. En congruencia con el principio de que la alfabetización es sólo el comienzo

de una tarea más amplia, se contemplaba también la formación, en el individuo,

de otras aptitudes y otras capacidades. "El programa que hemos fijado para el

Centro Latinoamericano –afirmó Torres Bodet en aquel discurso inaugural del


CREFAL

– no entraña, exclusivamente, un plan regional de alfabetización. No queremos

exagerar el valor que tiene el simple adiestramiento mecánico de los iletrados

en el aprendizaje de la lectura y la escritura. Este aprendizaje, indispensable sin

duda, no constituye sino una de las tareas que los maestros reunidos en Pátzcuaro

deberán perfeccionar. La educación de base se asigna metas más elevadas, puesto

que pretende proporcionar a las comunidades rurales, no sólo un recurso práctico

de comunicación con el exterior, merced a los libros y los periódicos, sino un

mínimo de los elementos primordiales imprescindibles para una mejor adaptación

de la vida de esas comunidades a los requerimientos de la época y del ambiente."


21

Es decir, se trataba, desde un principio y como ya se comentó antes, de una

preparación para la vida, entendiendo que la educación debe siempre tender a ello

y no limitarse a ser una mera instrucción. Y si nos percatamos, este mensaje de

Torres Bodet contiene la apertura para el futuro, pues en su parte final se establece

que la adaptación de la vida de esas comunidades latinoamericanas deberá

hacerse de acuerdo con "los requerimientos de la época y del ambiente."

Hoy, medio siglo después de haberse pronunciado aquellas palabras, es evidente

que debemos estar conscientes de las necesidades en el siglo que comienza, lo

que a su vez nos lleva a entender que el sentido y alcance de la educación de

adultos también se ha ampliado y modificado con el tiempo. Desde aquella reunión

de hace ya más de medio siglo en Elsinor, Dinamarca, hubo otras en diversas

partes del mundo y en su conjunto manifiestan mundialmente la permanente

preocupación por superar las condiciones de inequidad, marginación y falta de

oportunidades de educación. Solamente en la última década pueden mencionarse

los siguientes foros mundiales sobre problemas de educación para todos, más los

que se ocuparon de Derechos Humanos, Medio Ambiente, Desarrollo Social, la

Mujer, los Asentamientos Humanos y la Alimentación: Jomtien y Nueva York

(1990); Río de Janeiro (1992); Viena (1993); El Cairo (1994); Copenhague y


21


Ibid, pp.276-277.

22


R

EVISTA INTERAMERICANA DE EDUCACIÓN DE ADULTOS, NÚM. ESPECIAL, 2002.

Beijing (1995); Estambul y Roma (1996); Brasilia y Hamburgo (1997); Dakar

(2000); Cochabamba (2001); Santiago de Chile (2002), más las conferencias regionales

de Johannesburgo (1999); Bangkok, El Cairo y Recife (2000). De las

reuniones sobre educación para todos merecen recordarse definiciones, principios

y conceptos que dan clara idea de la dimensión que ha alcanzado lo que

anteriormente se llamó sólo educación de adultos:

· El valor expreso que se otorga al ser humano (hombres y mujeres) y el respeto

a sus derechos para hacer posible el desarrollo sostenible y equitativo.

· La educación entendida como una tarea a lo largo de la vida. Esta idea aplicada

a la educación de adultos implica un replanteamiento de los contenidos de la

educación más la idea de complementariedad y continuidad.

· Tomar en cuenta la edad de los adultos, las diferencias todavía existentes entre

hombres y mujeres, las discapacidades y disparidades económicas.

· Los contenidos de la educación y su variación al tomarse en cuenta la condición

económica, social, ambiental y cultural.

· La educación debe tomar en cuenta las necesidades de las personas.

· La necesidad de tomar en cuenta como resultado de la educación, más desarrollo

económico y social, más alfabetización, reducción de la pobreza y mejoramiento

del medio ambiente.

· La identificación de la educación de adultos como un proceso de aprendizaje

formal y no formal para el desarrollo de sus capacidades y habilidades, y mejora

de sus conocimientos.

· Reconocer que la educación de adultos, además de incluir la educación formal,

la no formal y la permanente, comprende también la informal y la ocasional.

· Identificar la educación de jóvenes y adultos como una vía para alcanzar el

desarrollo de su autonomía, el sentido de responsabilidad, así como la capacidad

de enfrentar las transformaciones de la economía, la cultura y la sociedad

en su conjunto.

· La educación como camino para promover la capacidad de coexistencia y

tolerancia, y de participación en la comunidad.

· La condición de imperativo que adquieren la educación de adultos y la educación

permanente en las nuevas sociedades del conocimiento.

· El establecimiento de las condiciones que hagan posible el ejercicio del derecho

a la educación durante toda la vida.


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E

L PENSAMIENTO DE JAIME TORRES BODET

· La alfabetización concebida como una actividad necesaria para la adquisición

de conocimientos y capacidades básicas.

· Una educación para todos, de calidad, inclusiva, que satisfaga las necesidades

primordiales, que se continúe a lo largo de la vida y que en lo tocante a educación

básica permita superar la pobreza y las desigualdades.

Como puede verse, muchas de estas ideas ya habían sido expuestas por Jaime

Torres Bodet y otras más son resultado de una nueva visión a partir de las experiencias

obtenidas a lo largo del tiempo y de los problemas y características del

nuestro.

Los 2 378 millones de habitantes del planeta en 1951 se han multiplicado y ahora,

en el año 2000, suman, 6 055 millones, dos veces y media la cifra anterior. Y si de

aquellos 2 378 millones, 1 200 eran analfabetos, o sea un 56.4 %, ahora del total

mundial los analfabetos son 876 millones, es decir un 14.6 %. No deja de ser

significativo que a pesar del notable incremento de la población mundial se haya

logrado abatir el número de iletrados. Sin embargo, la tarea no está concluida,

pues aunque en menor número todavía sigue habiendo analfabetos, con un conjunto

de situaciones referentes a salud, pobreza y marginación, que exceden con

mucho el problema educativo. Baste sólo decir que el 20 % de la población mundial

participa del 88 % del producto interno bruto. Tal desigualdad, más la cifra

citada de analfabetos, muestra una situación alarmante en el planeta. De ahí que

siga siendo necesario mantener el impulso y el esfuerzo para no sólo continuar la

tarea educativa, sino que además ésta deberá incrementarse en los próximos

años.

A Jaime Torres Bodet se le ha reconocido, junto a Justo Sierra y José Vasconcelos,

como uno de los secretarios de educación pública que más hicieron por impulsar,

extender y mejorar la educación mexicana. Aquí sólo nos hemos ocupado de sus

esfuerzos por la alfabetización y la educación de los adultos. Su herencia continúa

dando frutos y nos obliga a mantener, ante su vida y su obra, una actitud de

reconocimiento por todo lo que todavía sigue ofreciendo en frutos y realizaciones,

para las nuevas generaciones del país y de Latinoamérica. Consciente del valor

transformador de la educación, este luchador incansable por las causas esenciales

de la humanidad, hizo llegar su palabra y sus acciones a todos los ámbitos, con

la convicción de que sólo mediante la voluntad de servicio, se puede lograr la

superación de las carencias y la pobreza diseminadas a lo largo y ancho de los

continentes. A nosotros, herederos de esta acción siempre renovada y permanentemente

orientada hacia la superación de la condición humana, nos corresponde

mantenerla viva para beneficio de las nuevas generaciones.
 

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